miércoles, 16 de diciembre de 2015

Aquel Abrazo - Rada, Ossie y Aquella Cuerda Fló

Llegué temprano. Había que llevar los tambores y la grilla de artistas era prometedora por lo que entré apenas abrieron las puertas. El calor era sofocante. Se podía palpar la impaciencia. Miraba la grilla de artistas y trataba de hacerme un plan mental de los shows que tenía que ver. 



Rada
El primero que me había agendado era Once tiros. Cuando me dirigía al escenario revisé el flyer y me percaté que Rada tocaba a la misma hora. "Un show de Rada no puede ser malo..." me dije a mi mismo cambiando de dirección hacia aquel escenario.
Acertada decisión. Rada salió al escenario con actitud de artista internacional consagrado, con una banda que reunía a los mejores músicos de este país y entendí que Rada por algo es Rada. Con un show de un profesionalismo musical que pocas veces tuve la oportunidad de apreciar, sumado a su personalidad característica no dejó una sola alma sin bailar. 

El Espíritu del Ossie
El colectivo Nostoros Estamos, conformado por Sebastián Teysera, Pedro Dalton, Guzmán Mendaro y Juan Casanova entre otros tentó al diablo. 
Una hora antes un amigo me mandaba fotos del diluvio que caía en la ciudad de Durazno y lo único que puede pensar fue que esa tormenta se dirigía para otro lado. La fiesta era demasiado grande para que llueva. Grande no solo por el despliegue escénico sino que por todo lo que estaba por suceder. Teníamos un día espectacular para disfrutar de la música y una noche aún más prometedora.
Después de la primera canción, Juan Casanova dedicó el show a la memoria Oscar 'Ossie'  Garbuyo, cantante y lider de Bufón, banda emblemática del rock uruguayo. Todos los integrantes del Colectivo eran amigos cercanos de Ossie. 

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Me di vuelta y vi una nube blanca, bien blanca, con forma de anillo que avanzaba ferozmente y separaba el cielo veraniego de la oscuridad de la tormenta que avecinaba.
Un par de temas después Pedro Dalton subió a cantar 'Llueve', un tema del último disco de Bufón, con el Enano a la batería. Un tema pesado, que cuenta las peripecias de un diluvio montevideano con toda la ironía de las letras del Ossie. Durante el transcurso de la canción, lo que habían sido unas pocas gotas se transformó en el diluvio más fuerte que recibió Montevideo en mucho tiempo. Dalton con su voz ronca cantaba "Llueve, llueve, llueve, llueve puta madre como llueve" simulando una danza de la lluvia y la banda se tiraba con toda su fuerza al estribillo mientras los que no entendían lo que estaba realmente sucediendo corrían a buscar resguardo. 
La ovación fue impresionante. La lluvia caía cada vez con más fuerza y la banda, desconcertada todavía luego de lo sucedido, buscaba respuestas si podían seguir tocando o debían parar. 
Camela Sapin ozó a decir por el micrófono "esto es solo lluvia" y como si fuera mandada de los cielos, una ráfaga de viento fresco golpeó a los presentes desde el sureste. 
Las telas del escenario comenzaron a volar y la banda tuvo que bajarse del escenario.

El Ramirez
Completamente empapado y atónito por lo sucedido me dediqué a disfrutar de las gotas que refrescaban el aire después de una tarde de más de 30 grados en la ciudad. Caminé tranquilo hasta el escenario de Chivipizza y me encontré con amigos que estaban bajo la lluvia completamente desconcertados. Su banda debía tocar en un par de horas y en sus caras caían las gotas llevándose consigo semanas de ensayos, preparativos y peripecias. 
Luego de pasar rato bajo la lluvia intensa que no aflojaba vimos que el Ramirez (un ómnibus Mercedes de los setentas transformado en hogar sobre ruedas) había sacado su toldo y proveía resguardo a un puñado de personas. Fuimos hasta ahí y nos quedamos parados entre toda esa gente que no decía nada. No había nada para decir. No podía estar lloviendo de esa manera cuando la fiesta llegaba a su mejor momento. 


Pasó un buen rato en que seguía llegando gente ensopada buscando un techo. Los toldos se llenaban de agua y los relámpagos iluminaban el cielo de cuando en vez. La fiesta estaba completamente a oscuras y un éxodo de gente caminaba hacia las puertas con cara de resignación. El silencio era incómodo, hasta doloroso. Un iluminado recordó que abajo del autobús estaban guardados los tambores de La Cuerda Fló. 
Sacaron un par de tambores y empezó a sonar una batea que intentaba ponerle pecho a lo amargo del desenlace de la noche. 
El toldo del Ramirez le daba la espalda a la fiesta, por lo que no me percaté que en ese momento, el único resguardo contra la lluvia y la única fuente de música que había en todo el predio de la fiesta era debajo de ese toldo. La organización había 'bajado la general' del evento. Poco a poco se fue juntando gente, y más gente, y más gente hasta que todo aquello pasó de ser una espera a que pare de llover a una verdadera fiesta. Los tambores no paraban de sonar y la gente ya no buscaba estar bajo el toldo, sino que bailaba a su son sin control. La lluvia perdió la cabeza y pasó a segundo lugar. 

Al percatarse que la cantidad de gente que había desbordaba el rincón donde el Ramirez estaba estacionado, con la fiesta en pleno auge, se decidió que la cuerda salía a la calle, y se llevaba consigo la fiesta. Un sendero de tambores caminaba hacia la rambla con un mar de gente que los seguía. 
Se armaron las filas y salió zumbando a paso lento hacia la salida. La gente bailaba sin parar a su alrededor. La música no la iba a apagar ni la lluvia ni el viento ni nadie. 


La Cuerda Fló se puso la fiesta al hombro y la llevó lentamente y gozando hasta la salida. Llevaban tocando horas sin parar pero el silencio no era una opción. Siguieron tocando hasta el cansancio, poniéndole el moño a una fiesta increíble que parecía herida de muerte pero que el Rey Tambor se encargó de revivir.


lunes, 16 de noviembre de 2015

Blanco


Cuando todo es blanco. Y sin colores para pintar. Todo blanco y una eterna paz que molesta, ahoga. Y las ganas de sacudirse como un perro secándose en el medio de todo. Las gotas de mil colores distintos impregnando el lienzo entero.
Pero no están. El viento hace que las hojas blancas pasen rápidamente. Un libro al viento. Cada una más blanca que la anterior.
Desobediente tranquilidad. Blanco. Ausencia de todo.
Un balde con blanco a la merced de una tormenta que se avecina. Intentado esquivar las coloridas gotas que caerán de las nubes llenas de vida. Intentando evadir lo evidente. Los truenos le avisan.
Una sola gota teñiría toda la blancura para la eternidad. La pureza que dejó de ser. La angustia de enfrentarse a la realidad, a ser un mulato más.
La lenta aceptación del mundo imperfecto. ¿Dónde quedó aquella blanca paz?
La gota densa, roja, maciza y llena de pasión que se hundió en las blancas profundidades para cambiarlo todo. Para cambiarlo todo.

La angustia que lentamente va transformándose hacia la ligera convexidad. En la levedad del día a día. Y andanzas vendrán, más gotas de distintos colores irán transformando aquel blanco en una masa indescriptible. Una mezcla impresentable e intentando lucir sus mejores colores, aquellos que ahora lo enorgullecen en la superficie. Pero esa masa ya impresentable sabe, sabe con certeza, que por el resto de sus días y más nostalgiará sus blancos. Aquel blanco.



lunes, 12 de octubre de 2015

Fuego




Humo. El humo nos inspira. Y por tanto el fuego del que brota.
Viéndolo desaparecer, mezclándose con la vasta existencia. Como la vida. 
Empieza con un chispazo, brotando de él una pequeña llama que va haciéndose cada vez más intensa. El mundo desconocido la nutre y ella se torna rápidamente en una hoguera.
A veces entiba, a veces calienta y otras incluso quema. Las brasas concentran vida para el resto de su efímero pasaje.
El fuego se va consumiendo. Brilla de a momentos, cuando encuentra alguna veta de cartón sin quemar. Se aferra a él mientras puede; sabiendo que su luz será breve pero intensa.
          Algún viento amenazará su existencia. Brisas y huracanadas lo azotarán por tiempos. Rachas que vienen heladas y violentas, y otras no tanto, como queriendo acariciar. Estos golpes lo harán crecer, brillar con más fuerza incluso, haciéndolo creer que se le puede ganar la batalla de la eternidad.
Y comenzará a guardarse un poco la energía, a acurrucarse. A brillar más hacia adentro, desde y  hacia sus brasas más profundas. Entiende ahora que no valen la pena las llamaradas fútiles, lanzas de la batalla sin fin.
Conoce el final. Ya lo ha vivido incontables veces. Pero como todo lo vivo, busca agarrarse a la vida con toda su fuerza.
Nostalgiará sus tiempos de brillo y de batalla. De luz blanca y pura. Ahora ya es ámbar, con su corteza que lo arropa pero lo consume desde afuera. Lentamente, más lento que antes mete el pie en el agua fría.
Por un instante lo duda, mas la valentía de todas las experiencias que vivió se muestran para darle el impulso final hacia el vacío oscuro, muerto y eterno a la vez.







miércoles, 9 de septiembre de 2015

Mi amigo se fue de viaje

Mi amigo se fue de viaje.
Tiempo y más tiempo a la par
Lonjas gastadas de tanto sonar
Callan ahora aquellas historias
Calma la brisa en la más calma mar

Mi amigo se fue de viaje.
Me asiente el fuego en la noche
Y tranquilo cuenta que más viajes vendrán
tranquilo cuenta que trajes vendrán
Loca esa juventud
Entrando en marzo deseando parar

Mi amigo se fue de viaje.
Y cada vez que lo miro, solo sé que ya no está
Y solo sé que el camino
Del que tanto habla el destino
Es lo único constante
Y siempre pide más

Mi amigo se fue de viaje.
Resuena aún su carreta contra los adoquines
Anunciando el silencio que vendrá
Avisando que estas paredes
con los ecos de la ciudad
guardarán hasta el muere
esa eterna complicidad






miércoles, 8 de julio de 2015

SZC - Salir Zona Confort

Si estás  leyendo estas palabras seguramente lo estés haciendo desde tu escritorio, tu cama, el trabajo o tu celular. En pocas palabras, estés donde estés, estás cómodo.
De esto mismo tratan estas palabras. De la comodidad.
Todos nosotros nacimos, crecimos y vivimos cómodos. Esa comodidad es axiomática para ti y para mí: Un techo sobre nuestras cabezas, un plato de comida caliente, ropa que nos abriga y la lista sigue hasta ínfimos detalles que conforman nuestro día a día.
¿Pero qué pasaría si nos sacan esa comodidad?
Claramente no nos gustaría mucho. Nos sentiríamos alienados y reclamaríamos las condiciones en las que estábamos como si las mereciéramos. Y eso está bien.
Si bien nos costaría, tarde o temprano nos adaptaríamos a las nuevas condiciones porque en eso el ser humano es mandado a ser. Pero la pregunta es otra.
¿Qué pasaría si renunciamos voluntariamente a nuestras comodidades?

El ser humano forma su conciencia y personalidad de acuerdo a las experiencias que le tocan vivir, y cada uno va discerniendo sobre cuáles son las experiencias que le gustan y cuáles son las que no. Se deduce de esto que lógicamente vamos a intentar repetir las experiencias positivas y evitar las negativas.
Por lo tanto, tarde o temprano las personas crean un mundo de comodidad que los arropa. Esa es una de las metas del ser humano en el mundo moderno. La llamada “zona de confort”.  Este lugar es muy importante, ya que resume todo lo que a esa persona le gusta y le hace sentir bien. Pero también hace que esa persona deje de “aprender”, ya que deja de someterse a experiencias nuevas.
Y con esto vuelvo a la pregunta.
Hace unos años me tocó enfrentarme a una situación de este tipo. Sin ninguna intención de someterme a tal experiencia, tuve que pasar una noche en la calle. Obviamente nunca esperé que esto sucediera, y agoté todas las posibilidades de encontrar un techo antes de asumir que realmente estaba en situación de calle por tiempo indefinido. Pero llegada la noche estaba en un país lejano, con un idioma que desconocía sin dónde ir y sin nadie a quien recurrir. No pienses por un segundo que no llamé desesperado a Uruguay intentando conseguir el contacto de algún compatriota que me hospedara.
Recién en ese momento fue cuando me percaté la magnitud de lo que sucedía.
Fue una noche dura, no porque haya ocurrido algo extraordinario, sino porque una cosa así no estaba dentro de mi universo de posibilidades.

Al día siguiente encontré una cama y el tema pasó al olvido, mas con esas pocas horas aprendí a valorar lo positivo de salir del confort. Nunca me había percatado de todas las condiciones asumidas que tenemos en nuestras mentes. 
Después de esa experiencia me interesó la idea de someterme a situaciones que me sacasen del confort. En ellas hay una fuente de conocimiento enorme, pero sobre todo nos ayudan a poder entender y empatizar con otras personas, porque nos fuerza a vivir cosas que para ellos son axiomáticas y tal vez nunca nos habíamos percatado.
Por lo tanto, los invito a salir del confort. Es un tema que está en boga y hay infinitas maneras de hacerlo, pero yo creo que son muy distintas a las que predican los libros y las revistas. Simplemente hay que identificar lo que asumimos como condiciones normales del día a día y jugar a desafiarlas. Cada uno sabe cuales son los márgenes con los que puede empezar a jugar.
Sacale una cuerda a la guitarra por un tiempo, a ver que pasa, dejá el celular en casa hoy...

Como un simple ejemplo, en vísperas del año nuevo un amigo se percató que ya tenía el verano resuelto. Tenía el auto, la casa en la playa, la entrada a la fiesta y amigos en cada balneario. La comodidad lo abrumó. Agarró la mochila y caminó hasta la avenida más cerca.
Demoró tres días en llegar. 
Se auto administró la vacuna. Ya sabe a lo que se enfrenta si por alguna circunstancia se encontrara nuevamente en esa situación. Y más importante aún, aprendió de la ruta lo que a muchos les cuesta una vida comprender. 


martes, 23 de junio de 2015

Es Temprano

El cuerpo agotado; la mente nublada por las pocas horas de sueño,
el sol que aún esquiva sus responsabilidades,
la serpiente de autos que todavía duerme.
Me sumerjo en la música intentando focalizar. Lo logro.
Lloro.
La gente de la madrugada es particular.
Lo único constante en este pueblo es el maldito sureste.
Ese viento que viene de ningún lado. 
Mercenario viento.
Las mentes generando la carne para el festín de  psicólogos del día siguiente.
El guarda me queda debiendo un peso. Es temprano alega.

Es temprano.

miércoles, 10 de junio de 2015

Ella


          En verano ella se va. No importa si tiene quórum o no. Se va a la playa que le gusta o a algún destino desconocido porque eso es lo que la reconforta. En su bolso mete solo lo fundamental: un buen libro, los lentes, el ipod, una bandana y su ukelele. Intenta no seguir a las masas, pero se escapa unos días al balneario de moda a reencontrarse con su grupo de amigas de siempre. Le da paz saber que son solamente unos días de locura y vuelve otra vez a su tranquilo aposento de verano. Vive un mes de forma pura y plena. Vive.

          En otoño se abriga. Se pasa al té con miel y tostadas de desayuno. Durante las primeras mañanas frías le viene la nostalgia del verano que se le escapa, pero sabe que el otoño le fascina. Le busca la vuelta a su pequeño departamento capitalino para que el frío no se vuelva intolerable. Vuelve a sacar sus abrigos, viejos pero buenos, que reflejan su gusto por lo vintage y el buen vestir. Se mira al espejo cada mañana y le gusta lo que ve.  Para cada tarea mundana tiene una costumbre que la reconforta… sube al ómnibus con un libro, escucha música nueva mientras hace las compras y lleva su cámara a las reuniones protocolares de familia.


Durante el día se mantiene ocupada con su trabajo moderno y por las noches busca algún bar para sentir un poco de calor humano, buenos amigos y un destilado que le caliente el cuerpo. Se le presentan miles, pero uno solo va a ser el afortunado de conocer su verdadero interior.
Vuelve a la rutina de ciudad pero la maneja para que la locura de la metrópolis no la abrume. Cumple con los deberes y quehaceres cotidianos pero se guarda aunque sea un momento en el día para hacer lo que le reconforta. Llegar a su hogar, prender una vela y escuchar un vinilo o escribir sus reflexiones metida en la cama es lo que añora durante cada una de sus jornadas laborales.

             El invierno la enamora. Va a la panadería a buscar bizcochos recién salidos los sábados de mañana mientras su flamante novio duerme. Lo despierta con el mate ya pronto. Pasean por la feria abrazados, abrigados con alguna bufanda y mucho estilo. Pasan la tarde acurrucados bajo las sábanas, el acolchado y las mantas y solo se levantan para poner un disco o cocinar algo rico.

Se inscribe el algún curso que le interese e intenta ahorrar para algún viaje que tiene en mente, mas lo logra a medias. Le reconfortan los pequeños placeres de la vida: Un buen vino, pan recién horneado e ir al cine entre semana. 
Cuando pueden se escapan a algún lugar no muy lejano, por el simple hecho de estar en la ruta juntos, haciendo kilómetros en el silencio cómplice que generan los viajes con amigos.
En primavera vuelve a nacer. Cambia el ómnibus por la bicicleta. Vuelve a mirar los atardeceres en la rambla, todavía helada por el sureste inquieto. Extraña a su chico pero está contenta por el romance que vivieron juntos. Lo llora pero sabe que va a salir adelante y se entusiasma con un verano prometedor por delante. Todo lo toma como un aprendizaje de vida, y varios de ellos dejaron marcas de tinta en su piel.
Hace planes para el futuro, hace muchos planes con muchas personas, soñando con rumbos distintos, viajes eternos y días más cálidos, pero en su mente ella sabe que al final va a hacer lo que a ella le nazca en el momento. Sobrevuela los caminos de la vida con un aire de libertad que inspira a los que la rodean. Los inspira a intentar ser ellos mismos un poco más libres, a surcar caminos nuevos y encarar de mejor manera alguna mañana fría de este invierno.

lunes, 25 de mayo de 2015

Viajá

*musica recomendada para lectura:
ó:
          

              Trabajá, ahorrá y viajá. Enamorate, dejá y viajá; leé y viajá; mojate, secate y seguí viajando; viajá y sacá fotos, escuchá música, conocé gente, lugares, olas, calles, sabores y colores y no pares de viajar. Encontrá tu lugar en el mundo y continuá el viaje para desearlo aún más. Asentate, acumulá y viajá para despojarte de todo. Viajá solo, con amigos, parientes y desconocidos. Aburrite en aeropuertos, viajá lejos, viajá hasta la esquina; viajá en trenes, camiones y tractores. Viajá con lo mínimo y viajá con exceso de equipaje. Viajá hasta la puerta y volvé. Pará un instante para ver el sol caer en la ruta, en las montañas, en una playa y en una azotea y contiuná tu camino. Viajá hasta que te duela, viajá hasta perderte. Viajá y escribilo todo.Viajá con frío y sentilo, sentilo bien, y seguí hacia destinos más cálidos. Viajá sin rumbo ni destino y con itinerarios fijos y ajustados. Viajá cuando no quieras viajar más. Viajá sin saber si vas a volver. 

            
             Viajá con tu pareja, y si la seguís queriendo al final del viaje no la dejes ir nunca, por nada en el mundo.Tené hijos y no viajes por un tiempo, pero guardá las ganas para viajar con ellos cuando crezcan.
Viajá por trabajo, por estudios, para ver a las bandas que te inspiran y al equipo que llevás en el corazón. Plantá una semilla en algún lugar recóndito y volvé para ver la majestuosidad del árbol hecho un señor, como tu. Viajá con tu alma cuando le cuentes de tus viajes a tu jóven y ávida descendencia. 
Y en el final, cuando ya no puedas viajar más y tu cuerpo te diga basta, cerrá los ojos y dejate llevar hacia el mejor viaje de todos, sabiendo que dejaste tu huella en todos los lugares y en todas las personas que esta vida te regaló.   




martes, 12 de mayo de 2015

Un Instante



Sumergido en las tareas del hogar veía caer el sol por la ventana que dejaba entrar una leve brisa otoñal de sábado montevideano. Vivir en un barrio céntrico de la capital te permite palpar la cultura y el arte de la
ciudad de una forma muy distinta a los barrios periféricos. Las semanas transcurren al son de un ritual donde cada día hay una actividad distinta que se manifiesta en las calles.
Tenía ya registradas varias de estas. Martes feria en la esquina, miércoles ensayaba la murga, viernes malabares en la placita….por lo que al oír el ‘borocotó borocotó borocotó’ que se colaba por la ventana de mi apartamento fruncí el ceño con asombro.


El arroz a medio hacer y la canilla goteando seguían sin entender lo que pasaba mientras bajaba corriendo las escaleras y caminaba en la dirección del tronar de los tambores. Los encontré unas cuadras más abajo y los seguí, a paso de tambor, por un buen rato.
Estar al lado de una cuerda de tambores con su rugido sacudiéndote el pecho produce una sensación magistral y me perdí en la música hasta que me percaté, cuadras después, de que era el único espectador presente.
Con los ojos cerrados me adentraba en el ritmo hasta que un ruido me llamó la atención. Se le había soltado el talín a uno de los tocadores y el tambor rodaba torpemente por la calle hacia mí.
Lo paré con el pie mientas el dueño se me acercaba.
“Ayudame a arreglarlo que mirá como tengo la mano” me dijo mostrándome la mano roja e hinchada de golpear la lonja.

- ¡Estaba sonando bien además! le comenté como para romper el hielo.
- Si, ni me digas!


    Mientras la cuerda se alejaba lentamente yo intentaba darle forma a unos alambres deshilachados. De una manera bastante precaria logré atarlos y cinché el talín para ver si aguantaba. Aguantó.

    - A ver, fíjate ahí, le dije a los gritos por el volumen de los tambores.
    - Impecable che, muchas gracias!
      Me quedé contento de haber podido sacarlo del apuro para que pueda seguir tocando, al tiempo que me sorprendió con una pregunta.

      - Che, ¿vos tocás?
      - Chico y piano, estoy aprendiendo, le contesté tímidamente.
      - Tocá chico acá dale, metete.
      - No dejá, todo bien!
      - No dale, metete que tengo la mano a la miseria ya!
      - ¿Decís?, bueno dale.
        Me colgué el tambor y me arrimé a la cuerda hasta alinearme con la última fila. Inspiré profundo e intenté buscar la clave. Chac, chac, chac……chac, chac…..Chac, chac, chac……chac, chac. Miré hacia el costado y el piano que tenía al lado me asintió con la cabeza.
        Estaba tocando.
        La cuerda sonaba y yo ebullía de emoción mientras caminábamos al unísono. Luego de lo que supongo que fueron unos instantes, el jefe, un moreno en la primera fila se dio vuelta, me miró y sonrió. Respiré profundo como intentando absorber su aprobación y al expirar sentí una ligereza en el hombro y mi mano no encontró la lonja. Cuando hice foco, vi al tambor rodando nuevamente por la calle.
        Me quedé mirándolo incrédulo de lo que estaba pasando hasta que su dueño se acercó y se lo colgó al hombro, dando el colgante por roto.
        En ese mismo lugar me quedé parado, viéndolos irse lentamente mientras me sacudía el pelo pensando en lo que acababa de vivir.
        Doblaron en la siguiente esquina y me senté en el cordón, todavía exaltado, intentando recapitular lo sucedido.


        miércoles, 25 de marzo de 2015

        Finde - Parte II


        **Este es un racconto de un fin de semana surfístico y como tal hay muchos detalles y sutilezas que tal vez solo puedan entender los que practican este increíble deporte. Al resto, si logro que metan un pie en el agua ya me sentiría agradecido. 



        ...El viaje en auto hasta La Paloma, destino final a nuestro viaje, es como despertarse luego de 12 horas de sueño. Se habla poco, la música está baja y la velocidad que ya no es un factor preponderante. Ya está, ya pasó. La tensión generada por la intriga se desvanece y todos saben que de acá en más quedan solo buenas olas, buena comida y buenos momentos.
        Sabemos también que los dueños de casa, padres de uno de los presentes y seguramente surfistas en vidas pasadas nos esperan con un banquete. Entienden a la perfección lo que se siente llegar famélico luego de horas en el agua.
        Nosotros nos encargamos de la picada y las bebidas y la hermana con sus amigas del postre.
        En el interín del almuerzo se escuchan las anécdotas de la jornada mientras alguno entona unas canciones con su guitarra. El ambiente es de jolgorio mientras las corvinas se doran en la plancha.

        Con la panza llena de olas y de un almuerzo contundente el cuerpo se encarga de poner freno a nuestra emoción. Lentamente cada uno se coloca en algún rincón de la casa para descansar un rato. El sol pega fuerte y el cansancio es extremo.
        Si bien me siento agotado, mi psiquis me prohíbe dormir siestas, por lo que cazo la guitarra y subo a la terraza a tararear cualquier canción que se me venga a la mente. La casa está en silencio, cada cual nadando ahora en sus inconcientes y yo también en el mío.

        El despertar es lento. Los brazos aquejan del cansancio y tan solo pensar en ponerse el traje húmedo hace que la cama tenga mejor gusto. El sol ya empezó a bajar y eso quiere decir que el viento también.
        La sesión vespertina parece un deporte totalmente distinto al de esta misma mañana. El remar de todos es más tranquilo, como que se hubieran conectado con el ritmo del mar. La vorágine de la ciudad quedó ya muy atrás.
        En las olas también se ve el cambio. Parece como si fluyeran con el mar en vez de ser una batalla contra él.
        En la arena esperan nuestro amigo playero y algunas de las chicas. El sol se acuesta lentamente sobre el agua y forma una especie de comunión entre los presentes. No queda más que agradecerle a Ra por la jornada vivida y pedirle a la diosa de la noche que nos trate con cariño.


        Con los últimos destejos de luz salgo del agua por enésima vez en el día. Me siento agotado pero con una energía que me recorre todo el cuerpo.
        Llego a donde está el resto y noto cierto revuelo. Un rico pasa de mano en mano mientas se presenta el momento de una decisión existencial. Hay opiniones cruzadas. La opción acorde al cansancio que traemos es acostarse temprano y recuperar fuerzas para la siguiente jornada. La otra, opuesta a la anterior, es encarar rumbo a La Pedrera. Y créanme que no hay punto intermedio. El “tomamos una y volvemos” es el mito más falso que he escuchado, pero por supuesto no hay quien no la tire como queriendo convencer. El que se bancó todo el día en la sillita de playa se muere por recorrer los bares de la costa rochense. Los puristas del surf votan por descansar pero todos sabemos que lo que se dictamine vale para todos los presentes. Acá vinimos juntos.


        La discusión se prolonga a través de la cena, la sobremesa y las posteriores duchas.
        Finalmente, el equipo femenino impone su presencia y en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos acodados a la barra de un bar de La Pedrera.
        A dormir a Montevideo. Mañana va a haber que guapear…
        Como nosotros, la mayoría de los que están en el bar también tuvieron una jornada intensa en el agua y se nota el cansancio en sus caras.
        Las cervezas fluyen a ritmo acelerado y los cruces de miradas se vuelven menos fugaces con el pasar de las canciones. La nostalgia del verano que ya va terminando y del invierno en la ciudad que se avecina le dan a esta noche un tono melacólico.

        Con los despertadores en función “snooze” que suenan una y otra vez con el pasar de los minutos, los primeros en despertar empiezan a dar vueltas por el cuarto como sonámbulos.
        Son las nueve. Ya es tarde.
        En sus cerebros llenos todavía de cerveza y risas de hace unas pocas horas forman el siguiente pensamiento: “Todos salieron, no hay nadie en el agua todavía”. El cargo de conciencia de que hermosas olas están rolando a pocos metros de ahí les quema la mente.
        Hoy somos más así que vamos en dos autos, por lo que se cargan una vez más las tablas en los autos, esta vez de manera más desordenada dado que el trayecto a la playa es breve. Dos mates recién armados aderezan la mañana. Hay una parada previa que no puede faltar.
        -          “No compres de membrillo” comentan desde el asiento trasero.
        -          “¿Eh?, los de membrillo son los mejores” responden desde la caja.
        -          “Para mi tres pan con grasa” exclama el conductor.
        -          “Comprá surtidos” dice el del medio.
        Con una bolsa llena de bizcochos de todas las variedades posibles emprendemos viaje a las afueras del balneario pero sin antes parar religiosamente a ver La Balconada. Esta playa requiere de condiciones muy especiales para que presente olas, pero cuando se muestra es considerada una de las mejores de nuestro paisito.
        Una vez más nos deja con las ganas.
        Nos dirigimos a una playa que supo ser “secreta” tiempo atrás. Tal es la paranoia de los surfistas por la cantidad de gente que hay en el agua que en la ya difunta revista “Mareas” la locación de las fotos de ésta rompiente estaba marcada únicamente con tres letras: MDT.
        Cuando todavía nos manejábamos en bici por el balneario, sabíamos que esa playa estaba “cerca” de ahí pero desconocíamos su ubicación exacta.
        Luego de la jornada de ayer la ansiedad es considerablemente menor, en gran parte porque sabemos que las condiciones están, simplemente hay que encontrar la playa adecuada para las mismas.
        El estacionamiento queda del otro lado del cordón de dunas, por lo que para poder verlas hay que atravesar los restos de un puente en desuso y varias dunas. Al mejor estilo ‘endless summer’ trepamos la duna para encontrarnos, nuevamente, con un mar épico.
        La mañana transcurre de manera similar a la anterior. No hay quien no tenga una sonrisa que le atraviesa la cara, mas se nota cierta nostalgia en nuestros diálogos.  Ya es domingo y la vuelta es inminente. Enfrentarse al tráfico de la vuelta, a la semana que se acerca con furia y sus responsabilidades y a la monotonía del día a día nos angustia e intento patear todo eso lo más para adelante posible.
        A la vuelta varios optan por ir en la caja. El trayecto a La Paloma con el traje a medio poner y el viento de verano en la cara es el condimento final que todos quieren para este flor de fin de semana.
        Es cuestión de tiempo para que durante el almuerzo alguien tire la primera piedra.
        “¿Y si nos quedamos hasta mañana?”.
        Un silencio enorme invade el parrillero.
        Todos hacen el cálculo de las reuniones que tendrían que reagendar, las clases que tendrían que faltar, las excusas en el trabajo y las explicaciones a sus respectivas parejas…algunos podrán, otros no, pero independientemente del tiempo que nos quedemos en este mundo utópico de olas perfectas, calor y amigos, el domingo se nos escapa de las manos y le pone el broche de oro a este celestial “finde”.

        martes, 17 de marzo de 2015

        Finde - Parte I




        **Este es un racconto de un fin de semana surfístico y como tal hay muchos detalles y sutilezas que tal vez solo puedan entender los que practican este increíble deporte. Al resto, si logro que metan un pie en el agua ya me sentiría agradecido.


        Costó el viernes no tentarse con las actividades sociales del fin de semana en la capital. Las garras de la ciudad no son fáciles de abrir.
        Unas horas después me siento en la cama con la mente nublada de la somnolencia y de la adrenalina previa a una expedición surfística. Agradezco a mi neurosis de día anterior de dejar todo pronto, hasta el agua puesta en la caldera, con lo que con un solo “click”, el agua que va a cebar el religioso mate de ruta comienza a calentarse.
        Con el pasar de los minutos los nervios aumentan. Todo uruguayo enamorado de las olas sabe que incluso con el mejor pronóstico, las condiciones son una gran incógnita hasta que se llega al spot elegido. Las decepciones ya fueron muchas. Sacar conclusiones mirando a Windguru es más un arte que una ciencia por estas latitudes.

        Con el bocinazo del conductor designado, el abrazo como deseándose suerte los unos a los otros para lo que se viene (o deseamos que se venga) y la meticulosa guardada de mochilas y cargada de tablas partimos con rumbo este. Y lo digo con esa vaguedad porque el punto exacto de nuestro destino será el tema principal para el viaje.
        La fauna de opiniones respecto a este punto está formada por los siguientes tipos de cristianos:
        Los que quieren ir cerca y así aprovechar al máximo el viento norte matinal, los que arriesgan más y buscan el mar más grande de las costas rochenses, los surfistas, los bodyboarders, los que buscan sin cansancio un pico despoblado, los que prefieren el crowd para ver algún elemento femenino en el agua, los que ya planearon la noche siguiente y quieren rumbear para punta….y algún amigo que por el único hecho de compartir un fin de semana más con sus pares se suma al viaje con su silla playera y escucha pacientemente la diversidad de comentarios.
        Así van transcurriendo los minutos y los mates que aderezan el sol saliente frente a nuestros ojos y la música que comienza tranquila pero va subiendo de tono con el pasar de los discos y la mateína en la sangre. El copiloto/cebador/dj la maneja con grandeza.
        La música es clave, el viaje también. ¿Que sería de esto si viviéramos en una ciudad con olas? Las anécdotas de sesiones épicas, de tubos interminables y agua tibia caldean el ambiente. Bajo la ventana para dejar entrar la brisa helada de la mañana y calmar los ánimos que parecen salir disparados del auto.

        El veredicto es el de casi siempre: Se recorren todas las playas, hasta la última del balneario y se hace un veredicto: Seguir viaje o retornar a una de ellas.
        Llegamos hasta la última playa de lo que se puede decir Punta del Este, la Laguna Garzón. Todas las fichas están en juego ya que la vuelta a playas anteriores sería larga y las emociones están a tope. Volver significa mucho. El madrugón sería en vano y ya va a haber gente en el agua cuando lleguemos. Volver es horrible.
        Nos separa una caminata entre las dunas para poder ver las olas. Algunos hasta emprenden un trote corto porque no se aguantan la intriga. Se escucha el tronar de la rompiente a lo lejos y se hacen conclusiones de antemano.
        - ¿Escuchás como rompe parejito? comenta uno.
        - Eso es una rompecoco seguro, si no no suena así, le responde otro.
        Al subir la última duna la bolilla deja de girar.
        Cayó en ‘bombas’.
        Los ojos abiertos al máximo permitiendo ingresar la mayor cantidad de información.
        Viento: Norte, swell: Sur, mar: glass, crowd: cero, banco: liso, marea: baja.
        No se escucha ni un suspiro arriba de esa duna pero todos están pensando lo mismo. Hoy nos tocó a nosotros. Hoy es el día.

        Volvemos corriendo al auto. La sensación de euforia estalla en las venas. Se bajan todos los implementos necesarios para la sesión a máxima velocidad. Al grito de “¿nadie más necesita sacar algo de adentro?” el conductor tranca el auto y esconde la llave en algún recoveco del chasis y reza a Ilemanyá que no sea descubierta por un malviviente. “A mi no me va a pasar, hoy no” se dice por dentro.

        El campamento en la arena comienza a tomar forma entre tablas, fundas, mochilas, mates y trajes. El procedimiento es individual. Unos se ponen el traje, otros estiran primero, otros se dedican a observar la rompiente dilucidando el spot perfecto donde ubicarse para encontrarse con LA ola.
        Entra la serie y todos interrumpen sus quehaceres para observar el espectáculo.
        Yo opto por calentar los músculos mientas observo la rompiente. Los años no vienen solos. Un calambre podría arruinar toda la jornada. Esta no me la van a contar. Es hoy y estoy acá.


         La cantidad de viajes fallidos, de swells que nunca aparecieron, de kilómetros recorridos en vano y de frustraciones exorbitantes se condensan en un instante y parece que el tiempo se detiene. La adrenalina es tal que se escuchan gritos de euforia a medida que van cayendo las mejores de la serie.
        Cada uno vuelve a su tarea y se redoblan los esfuerzos para entrar al agua lo más rápido posible.
        La primera tanda, la de los más impacientes entra al agua mientras el resto observa.
        - Tira para la izquierda comenta uno con el traje a medio poner.
        - El chupón está allá, responde otro pasándole el peine a su Master.
        Una voz en off corre por la mente de todos los presentes “ojalá no me toque a mi estar pasado cuando entre la serie”.  Hay pocas cosas en la vida peores que eso.

        Ya en el agua, cada uno va encontrando su lugar. La rocola musical se instala en la cabeza de todos los presentes y cada uno tararea una canción de la cual desconoce una de sus líneas.
        El viento norte despeina las olas y forma un arco iris que dura un instante pero confirma la magia de la realidad que se está viviendo. Me ubico un poco más costado. Ese hombro que vi desde la arena es mío.
        A la distancia veo a un amigo que se ubica en el pico, rema, dropea, hace el bottom, se posiciona y deja que el mar haga lo suyo. Está adentro, un instante, dos, tres, se cae, desaparece. Sigo mirando a ver cuanto demora en salir. Sale desesperado buscando una bocanada de aire. Miro para adentro. La serie. Que bueno que no soy yo.
        El pánico de ver las paredes rompiendo enfrente mío es algo que nunca superaré. Inspirar lo más hondo posible y sumergirse en las profundidades a esperar que el revolcón no sea muy fuerte.

        La sesión transcurre como otras sesiones de este calibre vividas pero con un detalle no menor. No llegó nadie. Somos nosotros y el mar. Este factor le da un aire de comunión al momento y hace que el goce sea inclusive más intenso.
        Todos sabemos que este va a ser un día del que hablaremos durante años. A todo esto miro la altura del sol y dilucido que el día recién empieza. Son apenas las diez…
        Maldito sureste. Ese viento que hace que nuestros sueños de olas perfectas sean solo eso: sueños.
        La virazón es un mala noticia pero a medias. Nuestros brazos ya parecen espárragos y las pocas horas de sueño empiezan a pasar la factura.
        Uno a uno empiezan a volver los soldados de la batalla. En la arena se notan las caras de alegría y goce. Revivo el mate de la mañana para sacarme el gusto al agua salada que tragué, que no fue poca...

        martes, 10 de marzo de 2015

        Welcome to Burnin Style - Kite Center 28/06/2014



        Comenzaron los Matahari, estos franceses con pinta de nada que le pegan de frente al dub en formato vinilo de una manera impresionante. Armaron el ambiente correcto para lo que se venía. El Kite se ponía interesante y el calor humano le ganaba por goleada al frío del invierno montevideano. La venganza de la eliminación frente a Colombia. El humo de marihuana comenzaba a llenar todos los rincones de la carpa.
        La banda la demoraba. La demoraba todo lo que podía para que el público se ponga a tono con lo que se venía. Y por suerte la espera  les salió a la perfección. En el momento crítico en el cual se te pasa por la mente que ya tendría que haber empezado el show, cuando te nace el uruguayo criticón de adentro, el Slow con sus mil y un integrantes comenzó lentamente a subir al escenario.



        La base rítmica arrancó con un funky interminable en el cual se iban sumando las guitarras, los vientos, las teclas y las voces femeninas. Sonaba a la perfección. El olor dulzón intenso se colaba por los poros de cada uno de los presentes y los cuerpos comenzaban a sacudirse el frío al son de la música.
        Luego de varios minutos de entrar en calor con este viaje funketero, comenzaba el show formalmente.
        Podrían haber empezado con una canción bien para arriba, de esas que no fallan para dar el puntapié inicial a un concierto. Receta infalible para bandas dedicadas a brindar una fiesta.
        Pero no fue así. Los Slow Burnin dejaron en claro que tienen raíces bien sembradas en el reggae de verdad y comenzaron con Satta Massaganna. Reggae roots contundente con silencios marcados y vientos hipnóticos. Primero lo primero y la fiesta debía esperar.
        En contraste con la música, la voz principal se escuchaba francamente mal, pero el sonido era un mero detalle cuando hay un lider que dirige a la banda de forma tan natural. La voz de Fossemalle es el nexo que une a esa cantidad de músicos, y junto a los coros generaban un frente de batalla infalible.
        Las voces femeninas son un tema aparte. La potencia de la voz de la Loki junto a la sutileza de la voz de Belén se conjugan para ser un almíbar sonoro que acompañan al cantante a la perfección. Los bajos, si bien contundentes como una patada directa al pecho, sonaban fuertes pero como dentro de una caja de zapatos. Detalles que son casi obligación para un concierto en un lugar improvisado, y que le dan ese que se yo al sonido de bandas emergentes. Si el sonido fuera perfecto, no sería verdadero.
        El teclado, manejado a la perfección (así como un tecladista de sesión) por Raquet, con su inmutable sonrisa y la facilidad con que sus manos golpean las teclas le dan un colchón en el cual la banda se puede recostar tranquilamente.
        El Garma maneja el blues a la perfección, y lo incorpora en los detalles a las bases de la guitarra reggae.
        A continuación, casi para darle el gusto a este último, siguieron con una versión reggae de Johnny Be Good que tocan desde sus inicios. Ahora sí la fiesta había comenzado. El público dejaba de lado sus rostros de piedra usuales y se entregaban a la música.
        Es inevitable mencionar la cantidad de público femenino que había presente. Los pelos rubios y lacios inundaban la pista y vibraban al son del reggae.

        En ese ir y venir que tienen entre ser una banda puramente reggae a una banda de música fiestera colgada, siguieron con Black Woman. Un tema profundo en el que la Loki se destaca y muestra una pequeña fracción de su enorme virtuosismo vocal.
        Cada uno de nuestros corazones estaba conectado con ellos. El vaivén de energía era constante y directo. Esa sensación intangible que dura lo que dura un atardecer y en la mayoría de los casos se esfuma a medida que las bandas crecen y “maduran”.
        Ya desde el comienzo, se hacía entrever el talento de Nane. No por su virtuosismo, sino por el movimiento de su pie. La imagen de ese wah subiendo y bajando con una sutileza que de verdad pudiera haber hecho llorar a un niño. Junto con el sonido latoso de su telecaster, se sentían como latigazos en el tímpano que elevaban el sonido de la banda a otra dimensión.
        Siguieron con la única composición propia del show: Burnin Style. Con melodía dulzona y estribillo pegadizo, se nota que les genera ya cierto rechazo si bien el público la disfruta a pleno.
        Luego de una Rebel Music muy bien ejecutada, vino el turno de No No No. La entrega fue total. La fiesta entraba en un trance profundo y el bajo marcaba al unísono la conversación entre la banda y su público. Los vientos sonaban aceitados y esta canción les daba cancha libre para arengar al público con un riff hipnótico y contundente. El público respondía en coro a cada nota y se generaban pequeños pogos de la emoción que generaba la banda.

        Volviendo a las raíces, Fossemalle se encargó de dirigir Zimbawe, el cual se nota que fue elegido por él mismo ya que el reggae roots, con letras profundas es lo que mejor cuaja con su voz y su estilo.
        Ya en la recta final del show sonó una versión funky bien fiestera de Bend Down Low, mostrando como pueden hacer una fiesta de un tema tranquilo.
        De la misma manera y para cerrar la fecha, se embarcaron en un Mr. Bobby en un formato calmo para luego explotarla en versión ska. El público en este punto ya era una multitud bailante y descontrolada, al igual que los músicos unos metros más lejos.

        En fin, este show fue un show para la historia, así como el que dieron en el callejón el año pasado, cuando los planetas se alinean y la banda y su público pasan a ser uno. Esos conciertos que los fanáticos de distintas bandas de culto sueñan con haber presenciado, como por ejemplo los de los Doors en el Whisky a Go Go, con un Morrison cantando de espaldas al público.
        Nuevamente debo recalcar la entrega de este gran grupo de amigos, que se nota que disfrutan a pleno cada vez que se juntan a tocar.