miércoles, 25 de marzo de 2015

Finde - Parte II


**Este es un racconto de un fin de semana surfístico y como tal hay muchos detalles y sutilezas que tal vez solo puedan entender los que practican este increíble deporte. Al resto, si logro que metan un pie en el agua ya me sentiría agradecido. 



...El viaje en auto hasta La Paloma, destino final a nuestro viaje, es como despertarse luego de 12 horas de sueño. Se habla poco, la música está baja y la velocidad que ya no es un factor preponderante. Ya está, ya pasó. La tensión generada por la intriga se desvanece y todos saben que de acá en más quedan solo buenas olas, buena comida y buenos momentos.
Sabemos también que los dueños de casa, padres de uno de los presentes y seguramente surfistas en vidas pasadas nos esperan con un banquete. Entienden a la perfección lo que se siente llegar famélico luego de horas en el agua.
Nosotros nos encargamos de la picada y las bebidas y la hermana con sus amigas del postre.
En el interín del almuerzo se escuchan las anécdotas de la jornada mientras alguno entona unas canciones con su guitarra. El ambiente es de jolgorio mientras las corvinas se doran en la plancha.

Con la panza llena de olas y de un almuerzo contundente el cuerpo se encarga de poner freno a nuestra emoción. Lentamente cada uno se coloca en algún rincón de la casa para descansar un rato. El sol pega fuerte y el cansancio es extremo.
Si bien me siento agotado, mi psiquis me prohíbe dormir siestas, por lo que cazo la guitarra y subo a la terraza a tararear cualquier canción que se me venga a la mente. La casa está en silencio, cada cual nadando ahora en sus inconcientes y yo también en el mío.

El despertar es lento. Los brazos aquejan del cansancio y tan solo pensar en ponerse el traje húmedo hace que la cama tenga mejor gusto. El sol ya empezó a bajar y eso quiere decir que el viento también.
La sesión vespertina parece un deporte totalmente distinto al de esta misma mañana. El remar de todos es más tranquilo, como que se hubieran conectado con el ritmo del mar. La vorágine de la ciudad quedó ya muy atrás.
En las olas también se ve el cambio. Parece como si fluyeran con el mar en vez de ser una batalla contra él.
En la arena esperan nuestro amigo playero y algunas de las chicas. El sol se acuesta lentamente sobre el agua y forma una especie de comunión entre los presentes. No queda más que agradecerle a Ra por la jornada vivida y pedirle a la diosa de la noche que nos trate con cariño.


Con los últimos destejos de luz salgo del agua por enésima vez en el día. Me siento agotado pero con una energía que me recorre todo el cuerpo.
Llego a donde está el resto y noto cierto revuelo. Un rico pasa de mano en mano mientas se presenta el momento de una decisión existencial. Hay opiniones cruzadas. La opción acorde al cansancio que traemos es acostarse temprano y recuperar fuerzas para la siguiente jornada. La otra, opuesta a la anterior, es encarar rumbo a La Pedrera. Y créanme que no hay punto intermedio. El “tomamos una y volvemos” es el mito más falso que he escuchado, pero por supuesto no hay quien no la tire como queriendo convencer. El que se bancó todo el día en la sillita de playa se muere por recorrer los bares de la costa rochense. Los puristas del surf votan por descansar pero todos sabemos que lo que se dictamine vale para todos los presentes. Acá vinimos juntos.


La discusión se prolonga a través de la cena, la sobremesa y las posteriores duchas.
Finalmente, el equipo femenino impone su presencia y en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos acodados a la barra de un bar de La Pedrera.
A dormir a Montevideo. Mañana va a haber que guapear…
Como nosotros, la mayoría de los que están en el bar también tuvieron una jornada intensa en el agua y se nota el cansancio en sus caras.
Las cervezas fluyen a ritmo acelerado y los cruces de miradas se vuelven menos fugaces con el pasar de las canciones. La nostalgia del verano que ya va terminando y del invierno en la ciudad que se avecina le dan a esta noche un tono melacólico.

Con los despertadores en función “snooze” que suenan una y otra vez con el pasar de los minutos, los primeros en despertar empiezan a dar vueltas por el cuarto como sonámbulos.
Son las nueve. Ya es tarde.
En sus cerebros llenos todavía de cerveza y risas de hace unas pocas horas forman el siguiente pensamiento: “Todos salieron, no hay nadie en el agua todavía”. El cargo de conciencia de que hermosas olas están rolando a pocos metros de ahí les quema la mente.
Hoy somos más así que vamos en dos autos, por lo que se cargan una vez más las tablas en los autos, esta vez de manera más desordenada dado que el trayecto a la playa es breve. Dos mates recién armados aderezan la mañana. Hay una parada previa que no puede faltar.
-          “No compres de membrillo” comentan desde el asiento trasero.
-          “¿Eh?, los de membrillo son los mejores” responden desde la caja.
-          “Para mi tres pan con grasa” exclama el conductor.
-          “Comprá surtidos” dice el del medio.
Con una bolsa llena de bizcochos de todas las variedades posibles emprendemos viaje a las afueras del balneario pero sin antes parar religiosamente a ver La Balconada. Esta playa requiere de condiciones muy especiales para que presente olas, pero cuando se muestra es considerada una de las mejores de nuestro paisito.
Una vez más nos deja con las ganas.
Nos dirigimos a una playa que supo ser “secreta” tiempo atrás. Tal es la paranoia de los surfistas por la cantidad de gente que hay en el agua que en la ya difunta revista “Mareas” la locación de las fotos de ésta rompiente estaba marcada únicamente con tres letras: MDT.
Cuando todavía nos manejábamos en bici por el balneario, sabíamos que esa playa estaba “cerca” de ahí pero desconocíamos su ubicación exacta.
Luego de la jornada de ayer la ansiedad es considerablemente menor, en gran parte porque sabemos que las condiciones están, simplemente hay que encontrar la playa adecuada para las mismas.
El estacionamiento queda del otro lado del cordón de dunas, por lo que para poder verlas hay que atravesar los restos de un puente en desuso y varias dunas. Al mejor estilo ‘endless summer’ trepamos la duna para encontrarnos, nuevamente, con un mar épico.
La mañana transcurre de manera similar a la anterior. No hay quien no tenga una sonrisa que le atraviesa la cara, mas se nota cierta nostalgia en nuestros diálogos.  Ya es domingo y la vuelta es inminente. Enfrentarse al tráfico de la vuelta, a la semana que se acerca con furia y sus responsabilidades y a la monotonía del día a día nos angustia e intento patear todo eso lo más para adelante posible.
A la vuelta varios optan por ir en la caja. El trayecto a La Paloma con el traje a medio poner y el viento de verano en la cara es el condimento final que todos quieren para este flor de fin de semana.
Es cuestión de tiempo para que durante el almuerzo alguien tire la primera piedra.
“¿Y si nos quedamos hasta mañana?”.
Un silencio enorme invade el parrillero.
Todos hacen el cálculo de las reuniones que tendrían que reagendar, las clases que tendrían que faltar, las excusas en el trabajo y las explicaciones a sus respectivas parejas…algunos podrán, otros no, pero independientemente del tiempo que nos quedemos en este mundo utópico de olas perfectas, calor y amigos, el domingo se nos escapa de las manos y le pone el broche de oro a este celestial “finde”.

martes, 17 de marzo de 2015

Finde - Parte I




**Este es un racconto de un fin de semana surfístico y como tal hay muchos detalles y sutilezas que tal vez solo puedan entender los que practican este increíble deporte. Al resto, si logro que metan un pie en el agua ya me sentiría agradecido.


Costó el viernes no tentarse con las actividades sociales del fin de semana en la capital. Las garras de la ciudad no son fáciles de abrir.
Unas horas después me siento en la cama con la mente nublada de la somnolencia y de la adrenalina previa a una expedición surfística. Agradezco a mi neurosis de día anterior de dejar todo pronto, hasta el agua puesta en la caldera, con lo que con un solo “click”, el agua que va a cebar el religioso mate de ruta comienza a calentarse.
Con el pasar de los minutos los nervios aumentan. Todo uruguayo enamorado de las olas sabe que incluso con el mejor pronóstico, las condiciones son una gran incógnita hasta que se llega al spot elegido. Las decepciones ya fueron muchas. Sacar conclusiones mirando a Windguru es más un arte que una ciencia por estas latitudes.

Con el bocinazo del conductor designado, el abrazo como deseándose suerte los unos a los otros para lo que se viene (o deseamos que se venga) y la meticulosa guardada de mochilas y cargada de tablas partimos con rumbo este. Y lo digo con esa vaguedad porque el punto exacto de nuestro destino será el tema principal para el viaje.
La fauna de opiniones respecto a este punto está formada por los siguientes tipos de cristianos:
Los que quieren ir cerca y así aprovechar al máximo el viento norte matinal, los que arriesgan más y buscan el mar más grande de las costas rochenses, los surfistas, los bodyboarders, los que buscan sin cansancio un pico despoblado, los que prefieren el crowd para ver algún elemento femenino en el agua, los que ya planearon la noche siguiente y quieren rumbear para punta….y algún amigo que por el único hecho de compartir un fin de semana más con sus pares se suma al viaje con su silla playera y escucha pacientemente la diversidad de comentarios.
Así van transcurriendo los minutos y los mates que aderezan el sol saliente frente a nuestros ojos y la música que comienza tranquila pero va subiendo de tono con el pasar de los discos y la mateína en la sangre. El copiloto/cebador/dj la maneja con grandeza.
La música es clave, el viaje también. ¿Que sería de esto si viviéramos en una ciudad con olas? Las anécdotas de sesiones épicas, de tubos interminables y agua tibia caldean el ambiente. Bajo la ventana para dejar entrar la brisa helada de la mañana y calmar los ánimos que parecen salir disparados del auto.

El veredicto es el de casi siempre: Se recorren todas las playas, hasta la última del balneario y se hace un veredicto: Seguir viaje o retornar a una de ellas.
Llegamos hasta la última playa de lo que se puede decir Punta del Este, la Laguna Garzón. Todas las fichas están en juego ya que la vuelta a playas anteriores sería larga y las emociones están a tope. Volver significa mucho. El madrugón sería en vano y ya va a haber gente en el agua cuando lleguemos. Volver es horrible.
Nos separa una caminata entre las dunas para poder ver las olas. Algunos hasta emprenden un trote corto porque no se aguantan la intriga. Se escucha el tronar de la rompiente a lo lejos y se hacen conclusiones de antemano.
- ¿Escuchás como rompe parejito? comenta uno.
- Eso es una rompecoco seguro, si no no suena así, le responde otro.
Al subir la última duna la bolilla deja de girar.
Cayó en ‘bombas’.
Los ojos abiertos al máximo permitiendo ingresar la mayor cantidad de información.
Viento: Norte, swell: Sur, mar: glass, crowd: cero, banco: liso, marea: baja.
No se escucha ni un suspiro arriba de esa duna pero todos están pensando lo mismo. Hoy nos tocó a nosotros. Hoy es el día.

Volvemos corriendo al auto. La sensación de euforia estalla en las venas. Se bajan todos los implementos necesarios para la sesión a máxima velocidad. Al grito de “¿nadie más necesita sacar algo de adentro?” el conductor tranca el auto y esconde la llave en algún recoveco del chasis y reza a Ilemanyá que no sea descubierta por un malviviente. “A mi no me va a pasar, hoy no” se dice por dentro.

El campamento en la arena comienza a tomar forma entre tablas, fundas, mochilas, mates y trajes. El procedimiento es individual. Unos se ponen el traje, otros estiran primero, otros se dedican a observar la rompiente dilucidando el spot perfecto donde ubicarse para encontrarse con LA ola.
Entra la serie y todos interrumpen sus quehaceres para observar el espectáculo.
Yo opto por calentar los músculos mientas observo la rompiente. Los años no vienen solos. Un calambre podría arruinar toda la jornada. Esta no me la van a contar. Es hoy y estoy acá.


 La cantidad de viajes fallidos, de swells que nunca aparecieron, de kilómetros recorridos en vano y de frustraciones exorbitantes se condensan en un instante y parece que el tiempo se detiene. La adrenalina es tal que se escuchan gritos de euforia a medida que van cayendo las mejores de la serie.
Cada uno vuelve a su tarea y se redoblan los esfuerzos para entrar al agua lo más rápido posible.
La primera tanda, la de los más impacientes entra al agua mientras el resto observa.
- Tira para la izquierda comenta uno con el traje a medio poner.
- El chupón está allá, responde otro pasándole el peine a su Master.
Una voz en off corre por la mente de todos los presentes “ojalá no me toque a mi estar pasado cuando entre la serie”.  Hay pocas cosas en la vida peores que eso.

Ya en el agua, cada uno va encontrando su lugar. La rocola musical se instala en la cabeza de todos los presentes y cada uno tararea una canción de la cual desconoce una de sus líneas.
El viento norte despeina las olas y forma un arco iris que dura un instante pero confirma la magia de la realidad que se está viviendo. Me ubico un poco más costado. Ese hombro que vi desde la arena es mío.
A la distancia veo a un amigo que se ubica en el pico, rema, dropea, hace el bottom, se posiciona y deja que el mar haga lo suyo. Está adentro, un instante, dos, tres, se cae, desaparece. Sigo mirando a ver cuanto demora en salir. Sale desesperado buscando una bocanada de aire. Miro para adentro. La serie. Que bueno que no soy yo.
El pánico de ver las paredes rompiendo enfrente mío es algo que nunca superaré. Inspirar lo más hondo posible y sumergirse en las profundidades a esperar que el revolcón no sea muy fuerte.

La sesión transcurre como otras sesiones de este calibre vividas pero con un detalle no menor. No llegó nadie. Somos nosotros y el mar. Este factor le da un aire de comunión al momento y hace que el goce sea inclusive más intenso.
Todos sabemos que este va a ser un día del que hablaremos durante años. A todo esto miro la altura del sol y dilucido que el día recién empieza. Son apenas las diez…
Maldito sureste. Ese viento que hace que nuestros sueños de olas perfectas sean solo eso: sueños.
La virazón es un mala noticia pero a medias. Nuestros brazos ya parecen espárragos y las pocas horas de sueño empiezan a pasar la factura.
Uno a uno empiezan a volver los soldados de la batalla. En la arena se notan las caras de alegría y goce. Revivo el mate de la mañana para sacarme el gusto al agua salada que tragué, que no fue poca...

martes, 10 de marzo de 2015

Welcome to Burnin Style - Kite Center 28/06/2014



Comenzaron los Matahari, estos franceses con pinta de nada que le pegan de frente al dub en formato vinilo de una manera impresionante. Armaron el ambiente correcto para lo que se venía. El Kite se ponía interesante y el calor humano le ganaba por goleada al frío del invierno montevideano. La venganza de la eliminación frente a Colombia. El humo de marihuana comenzaba a llenar todos los rincones de la carpa.
La banda la demoraba. La demoraba todo lo que podía para que el público se ponga a tono con lo que se venía. Y por suerte la espera  les salió a la perfección. En el momento crítico en el cual se te pasa por la mente que ya tendría que haber empezado el show, cuando te nace el uruguayo criticón de adentro, el Slow con sus mil y un integrantes comenzó lentamente a subir al escenario.



La base rítmica arrancó con un funky interminable en el cual se iban sumando las guitarras, los vientos, las teclas y las voces femeninas. Sonaba a la perfección. El olor dulzón intenso se colaba por los poros de cada uno de los presentes y los cuerpos comenzaban a sacudirse el frío al son de la música.
Luego de varios minutos de entrar en calor con este viaje funketero, comenzaba el show formalmente.
Podrían haber empezado con una canción bien para arriba, de esas que no fallan para dar el puntapié inicial a un concierto. Receta infalible para bandas dedicadas a brindar una fiesta.
Pero no fue así. Los Slow Burnin dejaron en claro que tienen raíces bien sembradas en el reggae de verdad y comenzaron con Satta Massaganna. Reggae roots contundente con silencios marcados y vientos hipnóticos. Primero lo primero y la fiesta debía esperar.
En contraste con la música, la voz principal se escuchaba francamente mal, pero el sonido era un mero detalle cuando hay un lider que dirige a la banda de forma tan natural. La voz de Fossemalle es el nexo que une a esa cantidad de músicos, y junto a los coros generaban un frente de batalla infalible.
Las voces femeninas son un tema aparte. La potencia de la voz de la Loki junto a la sutileza de la voz de Belén se conjugan para ser un almíbar sonoro que acompañan al cantante a la perfección. Los bajos, si bien contundentes como una patada directa al pecho, sonaban fuertes pero como dentro de una caja de zapatos. Detalles que son casi obligación para un concierto en un lugar improvisado, y que le dan ese que se yo al sonido de bandas emergentes. Si el sonido fuera perfecto, no sería verdadero.
El teclado, manejado a la perfección (así como un tecladista de sesión) por Raquet, con su inmutable sonrisa y la facilidad con que sus manos golpean las teclas le dan un colchón en el cual la banda se puede recostar tranquilamente.
El Garma maneja el blues a la perfección, y lo incorpora en los detalles a las bases de la guitarra reggae.
A continuación, casi para darle el gusto a este último, siguieron con una versión reggae de Johnny Be Good que tocan desde sus inicios. Ahora sí la fiesta había comenzado. El público dejaba de lado sus rostros de piedra usuales y se entregaban a la música.
Es inevitable mencionar la cantidad de público femenino que había presente. Los pelos rubios y lacios inundaban la pista y vibraban al son del reggae.

En ese ir y venir que tienen entre ser una banda puramente reggae a una banda de música fiestera colgada, siguieron con Black Woman. Un tema profundo en el que la Loki se destaca y muestra una pequeña fracción de su enorme virtuosismo vocal.
Cada uno de nuestros corazones estaba conectado con ellos. El vaivén de energía era constante y directo. Esa sensación intangible que dura lo que dura un atardecer y en la mayoría de los casos se esfuma a medida que las bandas crecen y “maduran”.
Ya desde el comienzo, se hacía entrever el talento de Nane. No por su virtuosismo, sino por el movimiento de su pie. La imagen de ese wah subiendo y bajando con una sutileza que de verdad pudiera haber hecho llorar a un niño. Junto con el sonido latoso de su telecaster, se sentían como latigazos en el tímpano que elevaban el sonido de la banda a otra dimensión.
Siguieron con la única composición propia del show: Burnin Style. Con melodía dulzona y estribillo pegadizo, se nota que les genera ya cierto rechazo si bien el público la disfruta a pleno.
Luego de una Rebel Music muy bien ejecutada, vino el turno de No No No. La entrega fue total. La fiesta entraba en un trance profundo y el bajo marcaba al unísono la conversación entre la banda y su público. Los vientos sonaban aceitados y esta canción les daba cancha libre para arengar al público con un riff hipnótico y contundente. El público respondía en coro a cada nota y se generaban pequeños pogos de la emoción que generaba la banda.

Volviendo a las raíces, Fossemalle se encargó de dirigir Zimbawe, el cual se nota que fue elegido por él mismo ya que el reggae roots, con letras profundas es lo que mejor cuaja con su voz y su estilo.
Ya en la recta final del show sonó una versión funky bien fiestera de Bend Down Low, mostrando como pueden hacer una fiesta de un tema tranquilo.
De la misma manera y para cerrar la fecha, se embarcaron en un Mr. Bobby en un formato calmo para luego explotarla en versión ska. El público en este punto ya era una multitud bailante y descontrolada, al igual que los músicos unos metros más lejos.

En fin, este show fue un show para la historia, así como el que dieron en el callejón el año pasado, cuando los planetas se alinean y la banda y su público pasan a ser uno. Esos conciertos que los fanáticos de distintas bandas de culto sueñan con haber presenciado, como por ejemplo los de los Doors en el Whisky a Go Go, con un Morrison cantando de espaldas al público.
Nuevamente debo recalcar la entrega de este gran grupo de amigos, que se nota que disfrutan a pleno cada vez que se juntan a tocar.