Si estás leyendo estas
palabras seguramente lo estés haciendo desde tu escritorio, tu cama, el trabajo
o tu celular. En pocas palabras, estés donde estés, estás cómodo.
De esto mismo tratan estas palabras. De la comodidad.
Todos nosotros nacimos, crecimos y vivimos cómodos. Esa comodidad es
axiomática para ti y para mí: Un techo sobre nuestras cabezas, un plato de
comida caliente, ropa que nos abriga y la lista sigue hasta ínfimos detalles
que conforman nuestro día a día.
¿Pero qué pasaría si nos sacan esa comodidad?
Claramente no nos gustaría mucho. Nos sentiríamos alienados y
reclamaríamos las condiciones en las que estábamos como si las mereciéramos. Y
eso está bien.
Si bien nos costaría, tarde o temprano nos adaptaríamos a las nuevas
condiciones porque en eso el ser humano es mandado a ser. Pero la pregunta es otra.
¿Qué pasaría si renunciamos
voluntariamente a nuestras comodidades?
El ser humano forma su conciencia y personalidad de acuerdo a las
experiencias que le tocan vivir, y cada uno va discerniendo sobre cuáles son las
experiencias que le gustan y cuáles son las que no. Se deduce de esto que lógicamente
vamos a intentar repetir las experiencias positivas y evitar las negativas.
Por lo tanto, tarde o temprano las personas crean un mundo de
comodidad que los arropa. Esa es una de las metas del ser humano en el mundo
moderno. La llamada “zona de confort”.
Este lugar es muy importante, ya que resume todo lo que a esa persona le
gusta y le hace sentir bien. Pero también hace que esa persona deje de
“aprender”, ya que deja de someterse a experiencias nuevas.
Y con esto vuelvo a la pregunta.
Hace unos años me tocó enfrentarme a una situación de este tipo. Sin
ninguna intención de someterme a tal experiencia, tuve que pasar una noche en
la calle. Obviamente nunca esperé que esto sucediera, y agoté todas las
posibilidades de encontrar un techo antes de asumir que realmente estaba en
situación de calle por tiempo indefinido. Pero llegada la noche estaba en un
país lejano, con un idioma que desconocía sin dónde ir y sin nadie a quien recurrir. No pienses por un segundo que no llamé desesperado a Uruguay intentando conseguir el contacto de algún compatriota que me hospedara.
Recién en ese momento fue cuando me percaté la magnitud de lo que
sucedía.
Fue una noche dura, no porque haya ocurrido algo extraordinario,
sino porque una cosa así no estaba dentro de mi universo de posibilidades.
Al día siguiente encontré una cama y el tema pasó al olvido, mas con
esas pocas horas aprendí a valorar lo positivo de salir del confort. Nunca me
había percatado de todas las condiciones asumidas que tenemos en nuestras mentes.
Después de esa experiencia me interesó la idea de someterme a
situaciones que me sacasen del confort. En ellas hay una fuente de conocimiento
enorme, pero sobre todo nos ayudan a poder entender y empatizar con otras
personas, porque nos fuerza a vivir cosas que para ellos son axiomáticas y tal
vez nunca nos habíamos percatado.
Por lo tanto, los invito a salir del confort. Es un tema que está en
boga y hay infinitas maneras de hacerlo, pero yo creo que son muy distintas a
las que predican los libros y las revistas. Simplemente hay que identificar lo
que asumimos como condiciones normales del día a día y jugar a desafiarlas. Cada uno sabe cuales son los márgenes con los que puede empezar a jugar.
Sacale una cuerda a la guitarra por un tiempo, a ver que pasa, dejá el celular en casa hoy...
Sacale una cuerda a la guitarra por un tiempo, a ver que pasa, dejá el celular en casa hoy...
Como un simple ejemplo, en vísperas del año nuevo un amigo se
percató que ya tenía el verano resuelto. Tenía el auto, la casa en la playa, la
entrada a la fiesta y amigos en cada balneario. La comodidad lo abrumó. Agarró
la mochila y caminó hasta la avenida más cerca.
Demoró tres días en llegar.
Se auto administró la vacuna. Ya sabe a lo que se enfrenta si por alguna circunstancia se encontrara nuevamente en esa situación. Y más importante aún, aprendió de la ruta lo que a muchos les cuesta una vida comprender.
Se auto administró la vacuna. Ya sabe a lo que se enfrenta si por alguna circunstancia se encontrara nuevamente en esa situación. Y más importante aún, aprendió de la ruta lo que a muchos les cuesta una vida comprender.
Me gustó mucho, lo entiendo. Cuando uno vuelve a su zona de confort, es una satisfacción interna tremenda. Conocí una persona que en su cómoda juventud también notó esto. Decidió pintar de negro un departamento, cerrar las ventanas, sacar teléfono y vivir sin día sin noche sin comunicación. Creo que aguantó una semana. Me parecía que era "loco". Hoy creo todo lo contrario. No se en qué lugar del mundo anda, pero me gustaría preguntarle como usó esa experiencia en su vida de adulto que se fue de "pleno confort".
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