martes, 12 de mayo de 2015

Un Instante



Sumergido en las tareas del hogar veía caer el sol por la ventana que dejaba entrar una leve brisa otoñal de sábado montevideano. Vivir en un barrio céntrico de la capital te permite palpar la cultura y el arte de la
ciudad de una forma muy distinta a los barrios periféricos. Las semanas transcurren al son de un ritual donde cada día hay una actividad distinta que se manifiesta en las calles.
Tenía ya registradas varias de estas. Martes feria en la esquina, miércoles ensayaba la murga, viernes malabares en la placita….por lo que al oír el ‘borocotó borocotó borocotó’ que se colaba por la ventana de mi apartamento fruncí el ceño con asombro.


El arroz a medio hacer y la canilla goteando seguían sin entender lo que pasaba mientras bajaba corriendo las escaleras y caminaba en la dirección del tronar de los tambores. Los encontré unas cuadras más abajo y los seguí, a paso de tambor, por un buen rato.
Estar al lado de una cuerda de tambores con su rugido sacudiéndote el pecho produce una sensación magistral y me perdí en la música hasta que me percaté, cuadras después, de que era el único espectador presente.
Con los ojos cerrados me adentraba en el ritmo hasta que un ruido me llamó la atención. Se le había soltado el talín a uno de los tocadores y el tambor rodaba torpemente por la calle hacia mí.
Lo paré con el pie mientas el dueño se me acercaba.
“Ayudame a arreglarlo que mirá como tengo la mano” me dijo mostrándome la mano roja e hinchada de golpear la lonja.

- ¡Estaba sonando bien además! le comenté como para romper el hielo.
- Si, ni me digas!


    Mientras la cuerda se alejaba lentamente yo intentaba darle forma a unos alambres deshilachados. De una manera bastante precaria logré atarlos y cinché el talín para ver si aguantaba. Aguantó.

    - A ver, fíjate ahí, le dije a los gritos por el volumen de los tambores.
    - Impecable che, muchas gracias!
      Me quedé contento de haber podido sacarlo del apuro para que pueda seguir tocando, al tiempo que me sorprendió con una pregunta.

      - Che, ¿vos tocás?
      - Chico y piano, estoy aprendiendo, le contesté tímidamente.
      - Tocá chico acá dale, metete.
      - No dejá, todo bien!
      - No dale, metete que tengo la mano a la miseria ya!
      - ¿Decís?, bueno dale.
        Me colgué el tambor y me arrimé a la cuerda hasta alinearme con la última fila. Inspiré profundo e intenté buscar la clave. Chac, chac, chac……chac, chac…..Chac, chac, chac……chac, chac. Miré hacia el costado y el piano que tenía al lado me asintió con la cabeza.
        Estaba tocando.
        La cuerda sonaba y yo ebullía de emoción mientras caminábamos al unísono. Luego de lo que supongo que fueron unos instantes, el jefe, un moreno en la primera fila se dio vuelta, me miró y sonrió. Respiré profundo como intentando absorber su aprobación y al expirar sentí una ligereza en el hombro y mi mano no encontró la lonja. Cuando hice foco, vi al tambor rodando nuevamente por la calle.
        Me quedé mirándolo incrédulo de lo que estaba pasando hasta que su dueño se acercó y se lo colgó al hombro, dando el colgante por roto.
        En ese mismo lugar me quedé parado, viéndolos irse lentamente mientras me sacudía el pelo pensando en lo que acababa de vivir.
        Doblaron en la siguiente esquina y me senté en el cordón, todavía exaltado, intentando recapitular lo sucedido.


        1 comentario:

        1. Grande Martín. La vieja ciudad tiene muchos encantos, hay que saber encontrarlos y disfrutarlos. Aparentemente, no tenés problema con eso sino que además lo relatás muy , pero muy bien. Abrazo Gonzalo PdC

          ResponderBorrar