jueves, 28 de noviembre de 2024

¿Para qué el reloj?

Corría el año 2002. Tenía 14 años y mis viejos nos dieron luz verde a mis amigos y a mí para ir a ver a La Vela a la Semana de la Cerveza en Paysandú, ya que nos estábamos quedando por ahí cerca por la Semana Santa. Nos pusimos las remeras blancas que habíamos comprado y dibujado con drypen negro el logo de la banda, y nos subimos al ómnibus de Agencia Central. Al subir, sentí las miradas intensas de los pasajeros que claramente tomaban ese bondi todos los días, preguntándose quiénes eran estos pibes con pinta rara y remeras pintadas a mano. En esos años, La Vela era más que una banda; era la banda que nos pegó nuestro primer cachetazo musical, y era de donde éramos nosotros. Era la primera sensación de que había algo nuestro en un mundo que todavía se sentía muy grande e inexplorado.

Llegamos a la terminal y caminamos un buen rato hasta el anfiteatro, entre charlas y tabacos, preguntando cada tanto para qué lado quedaba la fiesta. Era la primera vez que estábamos solos en una ciudad ajena a la nuestra, y se sentía la adrenalina de lo desconocido. En el bolsillo tenía una grabadora de cassette portátil Sony que claramente no era tan portátil. Apenas me entraba en el bolsillo del jean y tenía miedo de que me la roben. Mi objetivo era grabar una canción inédita, un ska que había escuchado una o dos veces antes en los conciertos de la banda que había podido ir en Montevideo, previa autorización paternal porque tenía 12 años pero iba con otro amigo más grande “de confianza” (de 15). No sabía ni el nombre de la canción ni cómo sonaba, pero me había quedado grabada una parte de la letra que decía algo como: “¿Qué reloj? Siempre son las diez…”

Un amigo me había copiado un CD que decía “LVP Inéditos” en el disco, pero incluso en ese disco de demos y tomas en vivo, la canción que yo buscaba no estaba. Zafar estaba, que vería la luz dos años después en A Contraluz, y había otras que hasta hoy siguen en las tinieblas puercas: Mira cómo es, Mutantes, Oculto en mi país y covers de Marley y de bandas españolas.

Paseamos por los puestos de artesanos mientras esperábamos que terminara de tocar la banda anterior y compramos unas Norteñas heladas mientras hacíamos la cola para entrar. Los que tocaban sonaban como una aplanadora, pero no sabía quiénes eran. Le pregunté al de adelante a ver si sabía.
Divididos se llaman —me respondió.
Nota mental para buscar un CD y escucharlos en el Palacio de la Música al volver de las vacaciones.

Cuando finalmente entramos, nadie salió. El lugar estaba a reventar y el ambiente estaba bastante caldeado. Esperamos un buen rato hasta que se apagaron las luces y arrancó La Vela.

El anfiteatro era una fiesta. Las gradas vibraban con el peso del pogo y las luces del escenario iluminaban por momentos el caos de vasos volando y cuerpos sudorosos. Había un olor embriagador, una mezcla de cerveza, tabaco y marihuana, que parecía envolverlo todo. Sensaciones nuevas para nosotros, que intentábamos no perdernos de vista entre la multitud danzante. En un momento de casualidad miré hacia atrás, y unas filas más arriba vi a un pibe con una remera de La Vela, pero de verdad. Estaba incrédulo. Me acerqué casi corriendo y le pregunté con una emoción que creo que lo asustó:
—¿Dónde la compraste?
En la feria de Villa Biarritz —me dijo.
Nota mental número dos.

Antes de que empezara cada canción, sacaba el tosco grabador que parecía una bondiola asomando incómodamente en mi bolsillo. Lo sostenía con cuidado, como si estuviera manejando un artefacto delicado, y miraba alrededor para asegurarme de que nadie me viera dándole al botón rojo. En uno de los tantos intentos agarré la canción que buscaba. Había logrado atrapar algo efímero, algo que no existía más que en ese preciso momento. Menuda hazaña. Solamente faltaba la larga aventura de volver con el aparato sano y salvo a casa.

La caminata de vuelta fue larga y terminamos en un baile dudoso cerca de la terminal. De todas formas, había que esperar al primer ómnibus de vuelta que salía a las siete de la mañana. Todos sudados y yo con la grabadora, que a esa hora ya era una molestia en el bolsillo. Uno de mis amigos “se perdió” por unas horas, y por suerte lo encontramos caminando, ya de día, rumbo a la terminal.

La tarde siguiente, con la cuadernola en una mano y el grabador en la otra, me dispuse a descifrar la letra. Pasé horas rebobinando y pausando, intentando cazar palabras entre la distorsión y los gritos de fondo, hasta que logré sacar algo que sonaba coherente. Finalmente, la frase tomó forma: “¿Para qué reloj? Si siempre son las diez…”

El cassette se perdió en una mudanza, pero cada vez que escucho Escobas me transporta a esa noche, a esa mezcla de nervios y felicidad, de ser un guacho de 15 años con mis amigos capturando lo efímero como si fuera lo más importante del mundo, como si siempre fueran las diez.

martes, 14 de diciembre de 2021

Serendipia

7 de noviembre de 2021

—No te conozco, pero te siento conocido —le dijo ella con una sonrisa fugaz mientras él recogía su abrigo en la ropería del bar.

Él giró y le respondió sorprendido:

—Buena frase para empezar una conversación.

Media hora después, la charla seguía en la escalera del Marula. Su vuelo salía en un par de horas, estaba agotado y tenía la valija a medio hacer, pero había algo en ella que se sentía familiar, como una canción favorita de la adolescencia. Duermo en el avión, pensó, y salieron de la mano caminando por un pasillo angosto y húmedo del Barrio Gótico.

Rumbearon hacia la casa de ella, abrazados como si se conocieran hace años, buscando algún lugar para comer algo. Caminaron más de lo que sería una caminata prudente, y lo único que apaciguaba el hambre era la conexión que se percibía en el aire. Ni los 24 horas estaban abiertos.

En el ascensor se miraron fijamente una vez más y rieron como si estuvieran compartiendo un secreto. Entraron al apartamento muertos de hambre. Se desayunaron.

Tendidos en la cama, con la luz de la mañana colándose entre las cortinas, se miraron a los ojos un buen rato hasta quedarse dormidos. La alarma sonó en lo que pareció un instante. Ella bajó a comprar algo para desayunar mientras él dormitaba entre las sábanas arrugadas.

Se despertó cuando sintió el olor a pan tostado, caminó hasta la cocina y la abrazó por detrás mientras ella preparaba huevos revueltos. Apagó el fuego cuando se escuchó el gorgoteo de la Bialetti y fueron a buscar el sol que brillaba en la terraza.

Desayunaron sin hambre, con sueño, casi en automático. Desayunaron porque había que hacerlo, más que nada para cortar el hechizo y caer a la realidad. Había un silencio tenso, pero cómodo a la vez.

Él se levantó despacio y, sin soltarle la mano, la llevó de nuevo a la habitación. Después salió de la cama y se vistió lentamente mientras ella lo miraba acostada, inmóvil. Lo acompañó hasta la puerta. Se saludaron cariñosamente, pero con cierta timidez, sabiendo la cantidad de kilómetros que los estaba por separar.

—Dame tu número —dijo él, con una mezcla de urgencia y timidez.

—Claro, es… más tres cinco uno… nueve uno cuatro… siete uno…

—Pará —la interrumpió de golpe, con los ojos entrecerrados, como si intentara recordar algo.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, extrañada.

—Decime el siguiente número.

—Cero… —respondió ella, con la voz más baja, confundida.

Levantó la mirada del teléfono y la miró detenidamente, como si necesitara confirmar algo imposible.

—Tengo tu número guardado… —le dijo, con la voz cargada de incredulidad.

El contacto decía "María Tinder".

Él parpadeó varias veces, como si la pantalla estuviera jugando con él. Giró el teléfono hacia ella, y ni siquiera tuvo que decir nada: su expresión lo decía todo. Ella se inclinó hacia la pantalla, y su rostro pasó de la confusión al asombro en cuestión de segundos.

Con dedos temblorosos, buscó la conversación en WhatsApp. Cuando apareció en la pantalla, su pecho se tensó: eran solo unas pocas líneas, casi insignificantes. Pero ahí estaban, como un eco de algo que ninguno de los dos recordaba haber vivido realmente.

—No puedo creer —dijo ella, con la voz rasposa de la noche que acababa de vivir.

Él miró el teléfono por un instante más, se tapó la boca con la mano del asombro y la miró de nuevo con los ojos bien abiertos mientras le pasaba el celular.

Ella miró la pantalla, y sus ojos se clavaron en la fecha que aparecía en la parte superior del intercambio: 7 de noviembre de 2018. El aire pareció detenerse por un instante.

—No puede ser… —murmuró, apenas audible.

Él miró la fecha de nuevo, sintiendo cómo su corazón latía más rápido. Era imposible. O tal vez no. La miró a los ojos, buscando una explicación que ninguno de los dos tenía.

Ella miró la pantalla nuevamente, y luego a él. Él sonrió, incrédulo.

—¿Qué hacemos con esto? —susurró ella.

—No lo sé —respondió él.

Pero en sus ojos estaba la respuesta: la fecha ya lo había decidido.




viernes, 18 de septiembre de 2020

La peor foto

Te saqué la peor foto que pude. Lo hice como si al desenfocar tu recuerdo pudiera evitar que me siguiera persiguiendo.

Sobre todo para enturbiar mis recuerdos para cuando me devuelvan el rollo. Tampoco sirvió.

Apenas entré al lugar te vi en la otra punta y le dije al Jota: "ella es la más linda de la fiesta". El concierto que fui a ver lo vi a medias. La otra mitad estaba buscando tu perfil por entre la gente. Te pedí un tabaco y hablamos brevemente. Me pasaste tu ig y te escribí unos días después. Tardaste en responder. Me dijiste que los findes imposible, que siempre estabas con cosas, pero mencionaste una fiesta clandestina y no lo pensé dos veces. 

Encontrarla fue un desafío. Dimos varias vueltas por el bosque con el mandarunis. De pronto escuchamos unas palmas y vimos luces a lo lejos. Estaba montada en el medio del bosque en el Montjuic. Era de esas fiestas con auriculares. Así de cool. 

Y ahí te vi y me moviste todos los comandos, de nuevo. Pasa poco que mirás a alguien y te anonada su mirada, sus gestos, su manera de moverse, su todo. Tus Dr. Martens gastadas, vestido largo sin mangas y un collarcito de oro. La simpleza de las personas más bellas.

Ni me registraste. 

La primera hora se me fue viéndote de lejos. Siempre rodeada, siempre el centro. Te levantaban, te abrazaban, giraban con vos como si fueras una estrella en su órbita. Parecías feliz. Intenté imaginar quién era quién en tu mundo pero perdí la cuenta.

Pasó otra hora y nada. Quise darme por vencido e intentar disfrutar de la música. Me senté un rato y vi que te sentaste un poco más atrás. Por un minuto estuviste sola. Te saludé incómodo, girando el cuello. A la tercer frase cayó un personaje, dio un beso en el cuello y se te puso a hablar. No hablaba español.

"Vine con amigos" me dijiste, como si eso explicara todo. Me quedé sin palabras, sin espacio, sin lugar. La situación me cagó a palos. Me levanté y me fui. Era lo único que podía hacer.




martes, 16 de junio de 2020

domingo, 14 de julio de 2019

EL RUBIO - Guión Original

                  El Rubio

by Martín Lyon


1 SUPERMERCADO DÍA                                                1

El RUBIO (36) un hombre con cara de pocas luces (ver el
rubio de Notting Hill) viste jean y camisa sport. Llena unos
cupones de un sorteo en el supermercado.

2 APARTAMENTO DÍA                                                 2

EL RUBIO mira a una caja grande en la mesa de su cocina
(cocina integrada con living). Ganó una importante cafetera
en el sorteo. Decide hacerle un moño rojo y regalársela a su
novia.

3 APARTAMENTO NOCHE                                               3

EL RUBIO aparece llorando. La caja con el moño arriba de la
mesa de la cocina y a su lado una carta diciendo "Perdón
pero me marcho con Greg. Lo amo". EL RUBIO se duerme entre
lágrimas en el sillón.

4 APARTAMENTO DÍA                                                 4

Pasan los días en el apartamento. EL RUBIO está deprimido y
desahuciado. Vestido de jogging y una remera vieja se va
acumulando la mugre y la comida en el sillón y la mesa. Mira
tele, pide comida china y llora. Le crece la barba. La caja
con la cafetera sigue arriba de la mesa de la cocina.
Pasan días, semanas quizás en esa monotonía depresiva hasta
que una mañana, echado desde el sillón con las patas en la
mesa y la tele prendida se queda mirando fijo a la caja. Se
le ocurre una idea y se pone en campaña. Abre su laptop y
entra a craiglist.com. Crea una publicación que dice:
"cafetería privada. Venga a degustar el mejor café del
Soho".
Motivado se levanta del sillón y limpia el desorden que
había en su apartamento. Saca la cafetera de la caja y la
instala en su mesada. Lee el manual. Mientras tira los
envases en una bolsa de basura negra escucha el sonido de un
mensaje entrante en la computadora. Le han respondido.
"Hola. Me gusta la idea. Paso por ahí esta tarde. Saludos,
Alfred".
EL RUBIO entra en pánico. Se arrepiente de su estúpida idea
y no sabe que hacer.

5 APARTAMENTO TARDE                                               5

El apartamento está en relativo orden. EL RUBIO está en
silencio sentado en el sillón comiéndose las uñas con claras
señales de nerviosismo. Suena el timbre y salta del sillón a
abrir la puerta. ALFRED aparece en escena. Se vive un
momento tenso e incómodo. Es un apartamento pequeño y no
vuela una mosca. ALFRED se sienta en una silla en la mesa de
la cocina y pasan unos segundos de silencio hasta que EL
RUBIO se activa para prepararle un café. Sólo se escucha el
sonido de la cafetera y la tensión crece. Le sirve el café y
se queda mirándolo. ALFRED lo prueba.

ALFRED (entusiasmado)
       Que buen café! Me encanta esta idea
       de tomar un café en la cocina de un
       extraño. Es muy moderno y trendy.

EL RUBIO lo mira cómo sin saber que decir y se corta la
escena.

6 APARTAMENTO NOCHE                                              6

Luego de su primera experiencia EL RUBIO está ya solo en su
apartamento. Sentado en su sillón parece exhausto del estrés
de su primer cliente. En ese momento le llega otro mensaje,
esta vez de una chica. MICHELLE: "Hola. Tu casa me queda de
paso al trabajo. En estos días paso a tomar un café".
EL RUBIO no cree que ya dos personas hayan respondido a su
publicación.

7 APARTAMENTO MAÑANA                                              7

Suena el timbre. Por el telecom del timbre se escucha la voz
de MICHELLE. EL RUBIO baja a abrirle.
Una vez en el apartamento ella se sienta en la misma silla
que se sentó ALFRED. EL RUBIO la mira parado del otro lado
de la mesa y ella le ordena un latte. Abre la heladera para
sacar la botella de leche pero se da cuenta de que esta está
cortada. Abre los ojos en pánico y rápidamente pone la
botella en la heladera para que MICHELLE no la vea.
Avergonzado le pide permiso y sale corriendo al supermercado
de la esquina a buscar leche fresca. MICHELLE lo mira con
cara de no entender lo que está pasando mientras EL RUBIO
baja corriendo las escaleras.

8 CALLE                                                           8

Corre por la calle hacia el supermercado y entra al mismo.

9 SUPERMERCADO                                                    9

Corre por las góndolas hasta encontrar la leche, se apresura
a pagar y al abrirse las puertas para salir del supermercado
se encuentra de frente con ALFRED.

ALFRED(sorprendido/emocionado)
       Hey EL RUBIO! Cómo has estado?

EL RUBIO, descolocado por la situación y la prisa atina a
esconder la bolsa con la botella de leche.

EL RUBIO
       Que tal ALFRED? He estado muy bien
       gracias!

EL RUBIO atina a intentar escaparse de la situación pero
ALFRED lo detiene.

ALFRED
       Espera! Estoy esperando a unos
       amigos que están dentro del
       supermercado. Les conté de tu
       emprendimiento les pareció una idea
       fascinante! ¿Te parece que
       podríamos pasar ahora a por un
       café?

EL RUBIO no sabe decir que no y acepta escondiendo su apuro
y sus nervios. En ese momento llegan los amigos de ALFRED.

ALFRED
       Este es el personaje que les
       contaba! El que puso su cafetería
       en su propia cocina! Vamos por un
       café!
AMIGO DE ALFRED(hipster)
       Ah genial! Felicitaciones por el
       emprendimiento. Me parece muy
       innovador.

10 APARTAMENTO DÍA                                               10

Con MICHELLE todavía sentada en la mesa se abre la puerta y
entran todos al apartamento. Los nuevos clientes saludan
efusivamente a MICHELLE y se sientan alrededor de la mesa de
la cocina. Se ponen a conversar mientras EL RUBIO hace los
cafés para todos.
El emprendimiento va tomando forma. Una vez servidos EL
RUBIO mira a los 5 clientes platicando de temas cool y
sonríe.

11 APARTAMENTO MAÑANA                                            11

(han pasado varios días/semanas)
8 a.m. EL RUBIO se levanta, se viste rápidamente, se lava la
cara y suena el timbre. Suben personas por la escalera
estrecha, lo saludan y se sientan con claros rasgos de que
son clientes habituales.
Se muestran escenas donde la mesa se va llenando de gente y
van cambiando las personas. Hay mujeres, hombres charlando,
hombres con sus laptos que lo usan como cowork, una pareja
en una cita, mucha gente, poca gente, gente parada tomando
café porque no hay más lugar.
EL RUBIO ya bien vestido, con delantal negro y haciendo café
ya de una manera pro. Trabaja el día entero y no dejan de
venir más clientes a toda hora. Está agotado.

12 APARTAMENTO MAÑANA                                            12

Suena el despertador y apenas sale de la cama ya suena el
timbre.

13 APARTAMENTO NOCHE                                             13

Pasan los días y semanas de trabajo. El público sigue
creciendo. Luego de una jornada extenuante se desploma en su
sillón, todavía con el delantal puesto. Se da por vencido y
decide bajar a la puerta de entrada y colgar un cartel: La
cafetería ha cerrado.
Apaga el despertador y se desploma en la cama.

14 APARTAMENTO MAÑANA                                            14

A la mañana siguiente todo ha vuelto a la normalidad. Se
sienta en el viejo sillón, prende la tele y en minutos la
soledad ha vuelto. Pasa unos días con la misma monotonía que
antes, mirando la tele tirado en el sillón.
5.
Unos días después, de noche se ve por la ventana una gran
tormenta. Se escucha el rugido del viento y las ramas. Se
queda dormido en el sillón.

15 APARTAMENTO MAÑANA                                            15

A la mañana siguiente lo despierta el timbre. Es temprano.
El sol ha vuelto a salir y entra por la ventana
encandilándolo. Baja por la escalera y abre la puerta. Es
una mujer joven, sonriente y radiante como el día.

CHICA(sonriendo)
       Hola, es acá el café?

Sorprendido por su belleza delicada y por la pregunta EL
RUBIO se da vuelta a mirar el cartel que había colgado y se
percata de que la lluvia de la noche anterior lo había
dejado ilegible. Piensa por unos segundos y sonriendo la
invita a pasar.
Suben por la escalera, ella se sienta en la mesa mientras el
prepara dos cafés, uno para él y otro para la chica. Le da
la taza humeante y se miran a los ojos y se sonrojan con
indicios de un nuevo amor. La luz de una mañana primaveral
entra por la ventana, los pájaros cantan a lo lejos.

       FIN

Dorotea - Publicado en revista Wop!



Tocar - Publicado en revista Wop!



miércoles, 12 de junio de 2019

El Flaco


 ‘A mí me decían el flaco en el colegio...’ me comenta mientras observo su panza y su calvicie prominente intentando no aflorar mis pensamientos.
Cuenta que cuando tiene tiempo juega de golero en el equipo de futbol 5 con sus dos socios y un par de amigos más. Así se mantiene. Ahora está parado porque tiene la ciática que le molesta y el doctor le ordenó reposo.
Ella está de madre total. Cuando llegamos está en el sillón dando la teta. No se levanta para no sacar al nene del trance y nos saludamos de manera incómoda con el niño que mama entremedio.
La juventud va quedando atrás cubierta por los kilos que metió en el embarazo que ‘no se quieren ir’ y las ojeras negras producto de las continuas noches de insomnio.
Él está alegre que tiene trabajo asegurado por unos años, contento porque tendrá ingresos para mantener a la familia. Comenta jocoso que hay que ir juntando para la guardería, la babysitter y el taller de yoga para madres que es lo que está en boca de todos los nuevos padres de ahora.

Les dio con lo justo para comprar la casa, sumando la hipoteca y con plata prestada a amigos y flia que muy de a poco irán devolviendo. Se mudaron a los suburbios con la casa a medio terminar, sin zócalos y alguna lámpara todavía con los cables pelados colgando. Todavía se siente el olor a obra y el polvo de las paredes de yeso que está por todos lados. Nos agasaja con un tour de la casa donde remarca las reformas que hicieron, notando que el arquitecto es un amigo suyo que tiene un toque modernista y está muy requerido, pero les hizo el proyecto sin cobrarles un peso.
Se jactan de los beneficios de no vivir más en el centro y de lo rápido que llega por la autopista. ‘En la moto son diez minutos’ dice, pero se corrige diciendo que ahora ya no la usa más porque es peligroso.

Enciende la parrilla e invita a unos amigos, así los ve. Pidió que le envíen las compras del super. Recalca la comodidad que conlleva no tener que ir al supermercado a hacer el surtido mensual. Ahora compra de a cajas, cómo para no quedarse sin. Se ataja.
Prende el carbón y se toma un par de cervezas de más en su jardincito a medio terminar, así no tiene que manejar ni dejar a la mujer sola con la criatura.
Da vuelta la carne con cierta desgana. El arte de un buen asado ya dejó de ser el foco. Con que esté hecho ya sirve.
Cuando nos servimos embadurna al churrasco de sal a lo cual la mujer, con el bebe en brazos, le rezonga. Él hace que no la escucha y sigue hablando.
La charla mientras almorzamos va de que el nene se tira unos pedos con un olor terrible, que es así cuando se le van desarrollando los intestinos y que duerme de a ratos. Relatan el periplo de la infección de oído. Seis días sin dormir y llanto continuo.

Se queja de la eliminación de su equipo en el torneo local y comenta que su partido político perdió escaños esta última vuelta. ‘Hay que votar para cambiar las cosas’ dice, porque ‘…la gente no entiende’.


lunes, 7 de mayo de 2018

142

142 invierno 2017 - 35mm 
Un dark sentando al lado de una vieja con chismosa, un médico de ambo junto al que se mata
en el gimnasio, un plancha con la cumbia en el celular y la secretaria del estudio de abogados.
En los bondis está la verdad. Lo variopinto de nuestras vidas unidos en una lata de metal que
se desliza por la ciudad. Las razas, las mezclas, las tendencias, las culturas urbanas.

Podés pispear el WhatsApp del que tenés al lado. Lorena y la conversación con en grupo de
amigas. Los corazoncitos que le manda al novio. Cómo se enoja con la madre que todavía no
entiende cómo manejar el celular. El fondo de pantalla abrazada con la tía y su sobrina.
Fernando llegando en hora a su teórico de primero de facultad. Mochila, Termo + pegotín, camisa
desabrochada, mate recién armado y mucha ilusión.
Tenés a los raros. Los que seguro que son aliens infiltrados. Te das cuenta por las caras, y por
donde bajan.
La pendeja que muestra un poco de más, las miradas del cuarentón. El que habla por teléfono y hace saber a todos los pasajeros de sus calumnias. El que va completamente dormido con la boca abierta. El que llevó el paraguas por las dudas. La vieja rica fuera de lugar con las joyas y el pelo teñido. El que hace el signo de la cruz cuando pasa enfrente a una iglesia. El venezolano que ya se adaptó a nuestro sistema de transporte. El rasta con auriculares y camperita de Adidas.
Te das cuenta de que todos estamos tatuados. De que estamos totalmente adictos al celular. De que hay gente que realmente compra las medias 1 por 60 y 2 por 100 de los vendedores que se suben y que todos tenemos unos kilos de más.



117 Destino - 35mm



jueves, 3 de mayo de 2018

Plaza Inhumana

Pasé por la plaza y me dio frío
un silencio que raja la tierra
el viento que se arremolina sin saber para donde arrancar

Las paredes de barrio se quedaron sin eco
como sus adoquines
se sienten frías, se ven grises y secas
ya no tienen otra razón que la de aguantar

Una plaza de corazón partido
cuando puedo la esquivo intentando no mirar
a los bancos vacíos, a su fuego extinguido,
a sus lonjas sin ruido,
al páramo envalentonado porque ya no hay con quien pelear.

Sin cacique no hay tribu, sin tambor no hay sonido,
sin risa no hay vida
y veo la mía perdida cuando la veo llorar.




domingo, 13 de noviembre de 2016

La taza más cara del mundo

Él babeaba de amor. Esa fase de la relación en que hace poco se conocen y las mariposas revolotean en el aire. Almíbar puro.
Apenas puso pie en el garaje transformado en tiendita de moda se arrepintió en haberle mencionado el tema mientras tomaban un café cerca de ahí. El hermoso precio de la verborragia.
Por supuesto la tienda estaba vacía. Esas tiendas siempre lo están. Las dos jóvenes escuálidas que actuaban como vendedoras saludaron tímidamente.
Se puso a mirar la escasa ropa femenina que colgaba de los percheros. En un instante de racionalidad esbozó un sutil pensamiento:
“Un pedazo de tela no puede salir tan caro. ¿$2950? ¿En qué está pensando esta gente?”…mientras le sonreía amorosamente a lo lejos a su nuevo juguete.
Ella le mostraba un conjunto de una remera rota con un estampado de los Ramones junto a un short repleto de tachas.
“Este mundo definitivamente se fue al carajo…”
Por suerte la atención de la bella señorita fue desviada por el reluciente objeto.
¡Aaahh, me muero!” exclamó. Mirá la taza. ¿No te encanta?

Al él, sinceramente y desde lo más profundo de su ser, se le pasó la vida por delante.
Pero, pero, dentro de todo, era una taza… Vio el negoció y no dudó: Chica contenta, regalo intelectualote, lindo y barato.
“Claro amor, me encanta!”.
Los dos jóvenes efervescentes se acercaron a la caja y pidieron para llevar la reluciente taza.
Mientras la cajera hacía esas cosas que hacen las cajeras, que demoran unos minutos en atenderte mientras estás parado sintiéndote horrible por ser una oveja más de este sistema, se le ocurrió una brillante idea.
“Redoblo la apuesta y la mato” pensó.
-          “Gordi, y si llevamos dos y cada uno tiene una en su casa?” balbuceó mientras a ella le brillaban los ojos.
-          “¡Ay, sos un genio! ¡Te amo!”.
Fue como una escena de una película cursi hollywoodense. Imagínensela desde arriba. La cajera parada del otro lado del mostrador mirando al infinito. Él mirándola a ella, varios centímetros más abajo, pronunciando esas palabras en ese sótano.
Fabuloso, simplemente fabuloso.
-          “Llevamos dos por favor”, le dijo a la cajera con un tono de seguridad que se comía el mundo.
    -          “Muy bien, serían setecientos cuarenta y cinco…por dos…” dijo buscando la calculadora para hacer la multiplicación.
Él, acérrimo frente a los números, la había resuelto hace horas.
“No, no, no, no me puede estar pasando esto” pensaba por lo bajo mientras la sonrisa que esbozaba se le comenzaba a esfumar.
…“Además me encanta el diseño” comentó ella, todavía drogada por la satisfacción de consumir y sin tener la más mínima idea de lo que mil cuatrocientos noventa pesos representan en el magro salario de un trabajador administrativo de media tabla.

Mientras caminaban hasta la puerta él luchaba por mantener la sonrisa mientras su cuerpo, su alma, sus valores y cada uno de sus ideales se le ponían de frente y le sonreían en la cara. Por supuesto le abrió la puerta para que ella pasara, como una caperucita brincando al salir mientras la puerta se cerraba y en el fondo se veía la cajera todavía detrás del mostrador. Cerró los ojos por un instante, expiró suavemente como para calmarse y cruzó la calle.
El 142 venía rápido, y lleno.






miércoles, 13 de julio de 2016

Program Mundanidad

La carta que nunca falta en el mazo de alguien que atina a escribir es la de desarrollar el tema de por qué no ha tenido inspiración suficiente para escribir. La idea básica consiste en armar un nuevo artículo con los porqués y porquenos de la inspiración, los motivos que llevan a uno a escribir y mil vericuetos más para lograr llenar una hoja que se raja de blanca.

Esto es mucho menos que eso.

Esto es simplemente abrazar la falta de inspiración. Hay períodos donde fluye y hay otros donde no vuela ni una mosca. Es como un invierno del cual no se conoce su fin. Todo está quieto, la misma hoja sigue igual de blanca que meses atrás.
Que la musa toque la puerta, la abra y se meta en la cama sola. Nada de salir a buscarla, ni tomar un té al lado de una estufa mientras se escucha el sonido de la lluvia, etc.
Nada de escribir ni componer ni meditar ni cosas raras. Levantarse como cualquier mortal, desayunar las tostadas de siempre, cumplir con las horas en el trabajo y facultad, volver a casa y repetir. Mundanidad.

Program Mundanidad
begin
         while invierno do
          begin
                   repeat
                   begin
                   mundanidad
                   until primavera
                   end;
          end;
end;


sábado, 9 de abril de 2016

La Garra Charrua

Como los tres meses de verano paradisíaco y los nueve restantes de frío, humedad y gris. Como las mil noches de fracaso y esa única de galán. Como las cuentas que tenemos que hacer con nuestro equipo de fútbol de preferencia para clasificar a la Libertadores. Como las veces que un trámite público lleva menos que toda una mañana. Como no podía ser de otra manera, las olas en Uruguay siguen el mismo patrón de todo lo uruguayo. Es como si el océano por estas latitudes se hubieran contagiado de nuestra idiosincrasia.

Por ese sueño de estar unos segundos parado sobre el agua deslizándose a través del vasto océano el uruguayo está dispuesto a sobreponerse a mucho. Mucho.
Existe una página web donde uno pone cualquier punto del planeta que tenga costa y esta le presenta las condiciones del mar. Esta página se llama WindGuru.
Es utilizada mundialmente por amantes de la vela, la pesca y también, surfistas para conseguir el pronóstico de olas de los días siguientes.
Ojalá fuera tan fácil…
Para los que no conocen tal portal el mejor ejemplo sería compararlo con llegar a un clásico veinte minutos antes de empezar y conseguir el mejor spot de la tribuna.
Pero el uruguayo confía, cree, tiene cábalas y apuesta a que algún Dios lo va a apuntar y todo se va a dar modo anillo al dedo. Y esa es la famosa ‘garra charrua’. El decepcionarse una y otra vez y seguir saliendo un sábado de invierno a las seis de la mañana con el auto cargado de tablas para hacer 200 kilómetros en busca de la ola perfecta.
Avalado por el pronóstico de Windguru el uruguayo recorre la costa de punta a punta mientras los que hacen esos pronósticos en quien sabe que parte del mundo se revuelcan de risa.
Si simplemente hubiera una oficina para ir a reclamarle los miles de pesos de nafta, las horas de sueño hipotecadas y los malabares que tuviste que hacer para poder escaparte y encontrarte frente al más chato de los mares.

Parte del problema es también que la recompensa es muy alta. Tan alta que si por uno de esos milagros realmente se dan las condiciones predicadas por el portal web, ese día va a ser recordado por meses. Incluso años tal vez.
La perfección de encontrarse con un pico desierto en condiciones perfectas (valga la redundancia) con la complicidad de unos pocos amigos cercanos es tan excitante que todo lo vale.
Es como una droga, de las fuertes.


Y tal es el vicio que conlleva que semana a semana grupos de amigos hacen malabares en el trabajo, piden certificados médicos truchos, faltan a facultad, se pierden el cumpleaños de la suegra (con sus respectivas implicancias) y se gastan la guita ahorrada para cambiar la heladera que gotea para salir a buscar ese sueño de olas perfectas.
No importa la época del año ni el clima ni los pingüinos en el agua ni nada.
Al fin y al cabo, ¿qué es más importante? Si la ola misma o las horas y días de planificación, de añoración y deseo, de diálogos con amigos para estudiar el pronóstico, de la pasada a buscar cuando todavía es de noche, del mate en la ruta vacía y prometedora y la intriga del viaje.

Por un sueño una persona puede hacer cosas inimaginables.

Gracias Windguru por todo lo que nos das.

lunes, 15 de febrero de 2016

La noche que tocaron los Stones

La cuerda estaba focalizada. Tenían su debut oficial dentro de unos días y por primera vez se estaban tomando las cosas en serio. El nivel venía mejorando ensayo a ensayo y por primera vez habían establecido su recorrido oficial partiendo de Rostand, su nueva casa.
Como todos los lunes, empezaban a llegar con sus tambores al hombro mientras los tempraneros se encargaban de prender el fuego. Con el saludo cordial las charlas ya se dirigían a los preparativos de su debut. Mientras se templaban las lonjas se discutían los últimos detalles de la presentación.
Una vez formados, salieron a ritmo lento por Rostand, la cual se encontraba más transcurrida de lo habitual ya que Mick, Keith, Ronnie y Charlie ya estaban alojados en el hotel Sofitel. La gente circundaba los alrededores con la expectativa de poder vislumbrar a alguno de sus ídolos detrás de una ventana.
Mientras caminaban, se le acercó un hombre de vaqueros negros y capucha sin llamar mucho la atención. Las noches veraniegas pueden ser frescas. Los siguió unos metros mientras el jefe alertaba a la cuerda que se venía el nuevo corte.
A la cuenta de ‘un,dos, tré, cuá’ comenzaron los juegos entre el repique y los pianos, mientras los chicos esperaban sigilosos. Luego de la señal final del repique, la cuerda se lanzó con todas sus armas a un ritmo poderoso y violento. Lo ejecutaron a la perfección.
El hombre encapuchado levantó las manos y exclamó emocionado por lo ocurrido a la misma vez que se le salía la capucha.
Los rostros de los tocadores giraron lentamente hacia la izquierda y quedaron uno a uno atónitos al reconocer el hombre detrás de la capucha.
Algún chico se cruzó frente a tal impresión, pero Mick les hizo una seña con las manos que no dijieran nada y que continuaran tocando.
Luego del trastabilleo de los instantes iniciales el jefe indicó que el momento era ahora. Estaban tocando de locales frente a nada menos que el líder de los Rolling Stones. Él británico aullaba de emoción mientras los pianos subían el tempo hasta el máximo que la cuerda podía aguantar.
Un repique se descolgó el tambor y en lenguaje de señas le indicó a Mick que lo agarrara.
Con una calma que solo años de escenario pueden brindar se colgó en tambor y comenzó a tocar con su enorme sonrisa. La emoción fue tal que se generó un grito de gol que sobrepasó los tambores.
Luego de unos instantes, se descolgó el tambor, les lanzó un beso con las dos manos y volvió a encapucharse y salió caminando en dirección al hotel.