**Este es un racconto de un fin de semana surfístico y como tal hay muchos detalles y sutilezas que tal vez solo puedan entender los que practican este increíble deporte. Al resto, si logro que metan un pie en el agua ya me sentiría agradecido.
...El viaje en auto hasta La Paloma, destino final a nuestro viaje, es
como despertarse luego de 12 horas de sueño. Se habla poco, la música está baja
y la velocidad que ya no es un factor preponderante. Ya está, ya pasó. La
tensión generada por la intriga se desvanece y todos saben que de acá en más
quedan solo buenas olas, buena comida y buenos momentos.
Sabemos también que los dueños de casa, padres de uno de los
presentes y seguramente surfistas en vidas pasadas nos esperan con un banquete.
Entienden a la perfección lo que se siente llegar famélico luego de horas en el
agua.
Nosotros nos encargamos de la picada y las bebidas y la hermana con
sus amigas del postre.
En el interín del almuerzo se escuchan las anécdotas de la jornada
mientras alguno entona unas canciones con su guitarra. El ambiente es de
jolgorio mientras las corvinas se doran en la plancha.
Con la panza llena de olas y de un almuerzo contundente el cuerpo se
encarga de poner freno a nuestra emoción. Lentamente cada uno se coloca en
algún rincón de la casa para descansar un rato. El sol pega fuerte y el
cansancio es extremo.
Si bien me siento agotado, mi psiquis me prohíbe dormir siestas, por
lo que cazo la guitarra y subo a la terraza a tararear cualquier canción que se
me venga a la mente. La casa está en silencio, cada cual nadando ahora en sus
inconcientes y yo también en el mío.
El despertar es lento. Los brazos aquejan del cansancio y tan solo
pensar en ponerse el traje húmedo hace que la cama tenga mejor gusto. El sol ya
empezó a bajar y eso quiere decir que el viento también.
La sesión vespertina parece un deporte totalmente distinto al de
esta misma mañana. El remar de todos es más tranquilo, como que se hubieran
conectado con el ritmo del mar. La vorágine de la ciudad quedó ya muy atrás.
En las olas también se ve el cambio. Parece como si fluyeran con el
mar en vez de ser una batalla contra él.
En la arena esperan nuestro amigo playero y algunas de las chicas.
El sol se acuesta lentamente sobre el agua y forma una especie de comunión
entre los presentes. No queda más que agradecerle a Ra por la jornada vivida y
pedirle a la diosa de la noche que nos trate con cariño.
Con los últimos destejos de luz salgo del agua por enésima vez en el
día. Me siento agotado pero con una energía que me recorre todo el cuerpo.
Llego a donde está el resto y noto cierto revuelo. Un rico pasa de
mano en mano mientas se presenta el momento de una decisión existencial. Hay
opiniones cruzadas. La opción acorde al cansancio que traemos es acostarse
temprano y recuperar fuerzas para la siguiente jornada. La otra, opuesta a la
anterior, es encarar rumbo a La Pedrera. Y créanme que no hay punto intermedio.
El “tomamos una y volvemos” es el mito más falso que he escuchado, pero por
supuesto no hay quien no la tire como queriendo convencer. El que se bancó todo
el día en la sillita de playa se muere por recorrer los bares de la costa
rochense. Los puristas del surf votan por descansar pero todos sabemos que lo
que se dictamine vale para todos los presentes. Acá vinimos juntos.
La discusión se prolonga a través de la cena, la sobremesa y las
posteriores duchas.
Finalmente, el equipo femenino impone su presencia y en un abrir y
cerrar de ojos nos encontramos acodados a la barra de un bar de La Pedrera.
A dormir a Montevideo. Mañana va a haber que guapear…
Como nosotros, la mayoría de los que están en el bar también
tuvieron una jornada intensa en el agua y se nota el cansancio en sus caras.
Las cervezas fluyen a ritmo acelerado y los cruces de miradas se
vuelven menos fugaces con el pasar de las canciones. La nostalgia del verano
que ya va terminando y del invierno en la ciudad que se avecina le dan a esta
noche un tono melacólico.
Con los despertadores en función “snooze” que suenan una y otra vez
con el pasar de los minutos, los primeros en despertar empiezan a dar vueltas
por el cuarto como sonámbulos.
Son las nueve. Ya es tarde.
En sus cerebros llenos todavía de cerveza y risas de hace unas pocas
horas forman el siguiente pensamiento: “Todos salieron, no hay nadie en el agua
todavía”. El cargo de conciencia de que hermosas olas están rolando a pocos
metros de ahí les quema la mente.
Hoy somos más así que vamos en dos autos, por lo que se cargan una
vez más las tablas en los autos, esta vez de manera más desordenada dado que el
trayecto a la playa es breve. Dos mates recién armados aderezan la mañana. Hay
una parada previa que no puede faltar.
-
“No compres de membrillo”
comentan desde el asiento trasero.
-
“¿Eh?, los de membrillo son los
mejores” responden desde la caja.
-
“Para mi tres pan con grasa”
exclama el conductor.
-
“Comprá surtidos” dice el del
medio.
Con una bolsa llena de bizcochos de todas las variedades posibles
emprendemos viaje a las afueras del balneario pero sin antes parar
religiosamente a ver La Balconada. Esta playa requiere de condiciones muy
especiales para que presente olas, pero cuando se muestra es considerada una de
las mejores de nuestro paisito.
Una vez más nos deja con las ganas.
Nos dirigimos a una playa que supo ser “secreta” tiempo atrás. Tal
es la paranoia de los surfistas por la cantidad de gente que hay en el agua que
en la ya difunta revista “Mareas” la locación de las fotos de ésta rompiente
estaba marcada únicamente con tres letras: MDT.
Cuando todavía nos manejábamos en bici por el balneario, sabíamos
que esa playa estaba “cerca” de ahí pero desconocíamos su ubicación exacta.
Luego de la jornada de ayer la ansiedad es considerablemente menor,
en gran parte porque sabemos que las condiciones están, simplemente hay que
encontrar la playa adecuada para las mismas.
El estacionamiento queda del otro lado del cordón de dunas, por lo
que para poder verlas hay que atravesar los restos de un puente en desuso y
varias dunas. Al mejor estilo ‘endless summer’ trepamos la duna para
encontrarnos, nuevamente, con un mar épico.
La mañana transcurre de manera similar a la anterior. No hay quien
no tenga una sonrisa que le atraviesa la cara, mas se nota cierta nostalgia en
nuestros diálogos. Ya es domingo y la
vuelta es inminente. Enfrentarse al tráfico de la vuelta, a la semana que se
acerca con furia y sus responsabilidades y a la monotonía del día a día nos
angustia e intento patear todo eso lo más para adelante posible.
A la vuelta varios optan por ir en la caja. El trayecto a La Paloma
con el traje a medio poner y el viento de verano en la cara es el condimento
final que todos quieren para este flor de fin de semana.
Es cuestión de tiempo para que durante el almuerzo alguien tire la
primera piedra.
“¿Y si nos quedamos hasta mañana?”.
Un silencio enorme invade el parrillero.
Todos hacen el cálculo de las reuniones que tendrían que reagendar,
las clases que tendrían que faltar, las excusas en el trabajo y las
explicaciones a sus respectivas parejas…algunos podrán, otros no, pero independientemente
del tiempo que nos quedemos en este mundo utópico de olas perfectas, calor y
amigos, el domingo se nos escapa de las manos y le pone el broche de oro a este
celestial “finde”.