miércoles, 12 de junio de 2019

El Flaco


 ‘A mí me decían el flaco en el colegio...’ me comenta mientras observo su panza y su calvicie prominente intentando no aflorar mis pensamientos.
Cuenta que cuando tiene tiempo juega de golero en el equipo de futbol 5 con sus dos socios y un par de amigos más. Así se mantiene. Ahora está parado porque tiene la ciática que le molesta y el doctor le ordenó reposo.
Ella está de madre total. Cuando llegamos está en el sillón dando la teta. No se levanta para no sacar al nene del trance y nos saludamos de manera incómoda con el niño que mama entremedio.
La juventud va quedando atrás cubierta por los kilos que metió en el embarazo que ‘no se quieren ir’ y las ojeras negras producto de las continuas noches de insomnio.
Él está alegre que tiene trabajo asegurado por unos años, contento porque tendrá ingresos para mantener a la familia. Comenta jocoso que hay que ir juntando para la guardería, la babysitter y el taller de yoga para madres que es lo que está en boca de todos los nuevos padres de ahora.

Les dio con lo justo para comprar la casa, sumando la hipoteca y con plata prestada a amigos y flia que muy de a poco irán devolviendo. Se mudaron a los suburbios con la casa a medio terminar, sin zócalos y alguna lámpara todavía con los cables pelados colgando. Todavía se siente el olor a obra y el polvo de las paredes de yeso que está por todos lados. Nos agasaja con un tour de la casa donde remarca las reformas que hicieron, notando que el arquitecto es un amigo suyo que tiene un toque modernista y está muy requerido, pero les hizo el proyecto sin cobrarles un peso.
Se jactan de los beneficios de no vivir más en el centro y de lo rápido que llega por la autopista. ‘En la moto son diez minutos’ dice, pero se corrige diciendo que ahora ya no la usa más porque es peligroso.

Enciende la parrilla e invita a unos amigos, así los ve. Pidió que le envíen las compras del super. Recalca la comodidad que conlleva no tener que ir al supermercado a hacer el surtido mensual. Ahora compra de a cajas, cómo para no quedarse sin. Se ataja.
Prende el carbón y se toma un par de cervezas de más en su jardincito a medio terminar, así no tiene que manejar ni dejar a la mujer sola con la criatura.
Da vuelta la carne con cierta desgana. El arte de un buen asado ya dejó de ser el foco. Con que esté hecho ya sirve.
Cuando nos servimos embadurna al churrasco de sal a lo cual la mujer, con el bebe en brazos, le rezonga. Él hace que no la escucha y sigue hablando.
La charla mientras almorzamos va de que el nene se tira unos pedos con un olor terrible, que es así cuando se le van desarrollando los intestinos y que duerme de a ratos. Relatan el periplo de la infección de oído. Seis días sin dormir y llanto continuo.

Se queja de la eliminación de su equipo en el torneo local y comenta que su partido político perdió escaños esta última vuelta. ‘Hay que votar para cambiar las cosas’ dice, porque ‘…la gente no entiende’.