En verano
ella se va. No importa si tiene quórum o no. Se va a la playa que le gusta o a
algún destino desconocido porque eso es lo que la reconforta. En su bolso mete
solo lo fundamental: un buen libro, los lentes, el ipod, una bandana y su
ukelele. Intenta no seguir a las masas, pero se escapa unos días al balneario
de moda a reencontrarse con su grupo de amigas de siempre. Le da paz saber que
son solamente unos días de locura y vuelve otra vez a su tranquilo aposento de
verano. Vive un mes de forma pura y plena. Vive.
En otoño se
abriga. Se pasa al té con miel y tostadas de desayuno. Durante las primeras
mañanas frías le viene la nostalgia del verano que se le escapa, pero sabe que
el otoño le fascina. Le busca la vuelta a su pequeño departamento capitalino para que el
frío no se vuelva intolerable. Vuelve a sacar sus abrigos, viejos pero buenos,
que reflejan su gusto por lo vintage y el buen vestir. Se mira al espejo cada
mañana y le gusta lo que ve. Para cada
tarea mundana tiene una costumbre que la reconforta… sube al ómnibus con un
libro, escucha música nueva mientras hace las compras y lleva su cámara
a las reuniones protocolares de familia.
Durante el
día se mantiene ocupada con su trabajo moderno y por las noches busca algún bar
para sentir un poco de calor humano, buenos amigos y un destilado que le
caliente el cuerpo. Se le presentan miles, pero uno solo va a ser el afortunado
de conocer su verdadero interior.
Vuelve a la
rutina de ciudad pero la maneja para que la locura de la metrópolis no la abrume.
Cumple con los deberes y quehaceres cotidianos pero se guarda aunque sea un
momento en el día para hacer lo que le reconforta. Llegar a su hogar, prender
una vela y escuchar un vinilo o escribir sus reflexiones metida en la cama es lo que añora
durante cada una de sus jornadas laborales.
El invierno
la enamora. Va a la panadería a buscar bizcochos recién salidos los sábados de mañana mientras
su flamante novio duerme. Lo despierta con el mate ya pronto. Pasean por la
feria abrazados, abrigados con alguna bufanda y mucho estilo. Pasan la tarde acurrucados bajo
las sábanas, el acolchado y las mantas y solo se levantan para poner un disco o
cocinar algo rico.
Se inscribe
el algún curso que le interese e intenta ahorrar para algún viaje que tiene en
mente, mas lo logra a medias. Le reconfortan los pequeños placeres de la vida:
Un buen vino, pan recién horneado e ir al cine entre semana.
Cuando pueden se escapan a algún lugar no muy lejano, por el simple hecho de estar en la ruta juntos, haciendo kilómetros en el silencio cómplice que generan los viajes con amigos.
En
primavera vuelve a nacer. Cambia el ómnibus por la bicicleta. Vuelve a mirar
los atardeceres en la rambla, todavía helada por el sureste inquieto. Extraña a
su chico pero está contenta por el romance que vivieron juntos. Lo llora pero
sabe que va a salir adelante y se entusiasma con un verano prometedor por delante.
Todo lo toma como un aprendizaje de vida, y varios de ellos dejaron marcas de
tinta en su piel.
Hace
planes para el futuro, hace muchos planes con muchas personas, soñando con rumbos distintos, viajes eternos y días más cálidos, pero en su mente ella sabe que al final va
a hacer lo que a ella le nazca en el momento. Sobrevuela los caminos de la vida con un aire de libertad que inspira a los que la rodean. Los inspira a intentar ser ellos mismos un poco más libres, a surcar caminos nuevos y encarar de mejor manera alguna mañana fría de este invierno.