lunes, 25 de mayo de 2015

Viajá

*musica recomendada para lectura:
ó:
          

              Trabajá, ahorrá y viajá. Enamorate, dejá y viajá; leé y viajá; mojate, secate y seguí viajando; viajá y sacá fotos, escuchá música, conocé gente, lugares, olas, calles, sabores y colores y no pares de viajar. Encontrá tu lugar en el mundo y continuá el viaje para desearlo aún más. Asentate, acumulá y viajá para despojarte de todo. Viajá solo, con amigos, parientes y desconocidos. Aburrite en aeropuertos, viajá lejos, viajá hasta la esquina; viajá en trenes, camiones y tractores. Viajá con lo mínimo y viajá con exceso de equipaje. Viajá hasta la puerta y volvé. Pará un instante para ver el sol caer en la ruta, en las montañas, en una playa y en una azotea y contiuná tu camino. Viajá hasta que te duela, viajá hasta perderte. Viajá y escribilo todo.Viajá con frío y sentilo, sentilo bien, y seguí hacia destinos más cálidos. Viajá sin rumbo ni destino y con itinerarios fijos y ajustados. Viajá cuando no quieras viajar más. Viajá sin saber si vas a volver. 

            
             Viajá con tu pareja, y si la seguís queriendo al final del viaje no la dejes ir nunca, por nada en el mundo.Tené hijos y no viajes por un tiempo, pero guardá las ganas para viajar con ellos cuando crezcan.
Viajá por trabajo, por estudios, para ver a las bandas que te inspiran y al equipo que llevás en el corazón. Plantá una semilla en algún lugar recóndito y volvé para ver la majestuosidad del árbol hecho un señor, como tu. Viajá con tu alma cuando le cuentes de tus viajes a tu jóven y ávida descendencia. 
Y en el final, cuando ya no puedas viajar más y tu cuerpo te diga basta, cerrá los ojos y dejate llevar hacia el mejor viaje de todos, sabiendo que dejaste tu huella en todos los lugares y en todas las personas que esta vida te regaló.   




martes, 12 de mayo de 2015

Un Instante



Sumergido en las tareas del hogar veía caer el sol por la ventana que dejaba entrar una leve brisa otoñal de sábado montevideano. Vivir en un barrio céntrico de la capital te permite palpar la cultura y el arte de la
ciudad de una forma muy distinta a los barrios periféricos. Las semanas transcurren al son de un ritual donde cada día hay una actividad distinta que se manifiesta en las calles.
Tenía ya registradas varias de estas. Martes feria en la esquina, miércoles ensayaba la murga, viernes malabares en la placita….por lo que al oír el ‘borocotó borocotó borocotó’ que se colaba por la ventana de mi apartamento fruncí el ceño con asombro.


El arroz a medio hacer y la canilla goteando seguían sin entender lo que pasaba mientras bajaba corriendo las escaleras y caminaba en la dirección del tronar de los tambores. Los encontré unas cuadras más abajo y los seguí, a paso de tambor, por un buen rato.
Estar al lado de una cuerda de tambores con su rugido sacudiéndote el pecho produce una sensación magistral y me perdí en la música hasta que me percaté, cuadras después, de que era el único espectador presente.
Con los ojos cerrados me adentraba en el ritmo hasta que un ruido me llamó la atención. Se le había soltado el talín a uno de los tocadores y el tambor rodaba torpemente por la calle hacia mí.
Lo paré con el pie mientas el dueño se me acercaba.
“Ayudame a arreglarlo que mirá como tengo la mano” me dijo mostrándome la mano roja e hinchada de golpear la lonja.

- ¡Estaba sonando bien además! le comenté como para romper el hielo.
- Si, ni me digas!


    Mientras la cuerda se alejaba lentamente yo intentaba darle forma a unos alambres deshilachados. De una manera bastante precaria logré atarlos y cinché el talín para ver si aguantaba. Aguantó.

    - A ver, fíjate ahí, le dije a los gritos por el volumen de los tambores.
    - Impecable che, muchas gracias!
      Me quedé contento de haber podido sacarlo del apuro para que pueda seguir tocando, al tiempo que me sorprendió con una pregunta.

      - Che, ¿vos tocás?
      - Chico y piano, estoy aprendiendo, le contesté tímidamente.
      - Tocá chico acá dale, metete.
      - No dejá, todo bien!
      - No dale, metete que tengo la mano a la miseria ya!
      - ¿Decís?, bueno dale.
        Me colgué el tambor y me arrimé a la cuerda hasta alinearme con la última fila. Inspiré profundo e intenté buscar la clave. Chac, chac, chac……chac, chac…..Chac, chac, chac……chac, chac. Miré hacia el costado y el piano que tenía al lado me asintió con la cabeza.
        Estaba tocando.
        La cuerda sonaba y yo ebullía de emoción mientras caminábamos al unísono. Luego de lo que supongo que fueron unos instantes, el jefe, un moreno en la primera fila se dio vuelta, me miró y sonrió. Respiré profundo como intentando absorber su aprobación y al expirar sentí una ligereza en el hombro y mi mano no encontró la lonja. Cuando hice foco, vi al tambor rodando nuevamente por la calle.
        Me quedé mirándolo incrédulo de lo que estaba pasando hasta que su dueño se acercó y se lo colgó al hombro, dando el colgante por roto.
        En ese mismo lugar me quedé parado, viéndolos irse lentamente mientras me sacudía el pelo pensando en lo que acababa de vivir.
        Doblaron en la siguiente esquina y me senté en el cordón, todavía exaltado, intentando recapitular lo sucedido.