Él babeaba
de amor. Esa fase de la relación en que hace poco se conocen y las mariposas
revolotean en el aire. Almíbar puro.
Apenas puso
pie en el garaje transformado en tiendita de moda se arrepintió en haberle mencionado
el tema mientras tomaban un café cerca de ahí. El hermoso precio de la verborragia.
Por supuesto
la tienda estaba vacía. Esas tiendas siempre lo están. Las dos jóvenes
escuálidas que actuaban como vendedoras saludaron tímidamente.
Se puso a
mirar la escasa ropa femenina que colgaba de los percheros. En un instante de
racionalidad esbozó un sutil pensamiento:
“Un pedazo
de tela no puede salir tan caro. ¿$2950? ¿En qué está pensando esta gente?”…mientras le
sonreía amorosamente a lo lejos a su nuevo juguete.
Ella le
mostraba un conjunto de una remera rota con un estampado de los Ramones junto a
un short repleto de tachas.
“Este mundo definitivamente
se fue al carajo…”
Por suerte
la atención de la bella señorita fue desviada por el reluciente objeto.
“¡Aaahh, me muero!” exclamó. Mirá la taza. ¿No te encanta?
Al él,
sinceramente y desde lo más profundo de su ser, se le pasó la vida por delante.
Pero, pero,
dentro de todo, era una taza… Vio el negoció y no dudó: Chica contenta, regalo
intelectualote, lindo y barato.
“Claro amor,
me encanta!”.
Los dos
jóvenes efervescentes se acercaron a la caja y pidieron para llevar la reluciente
taza.
Mientras la
cajera hacía esas cosas que hacen las cajeras, que demoran unos minutos en
atenderte mientras estás parado sintiéndote horrible por ser una oveja más de
este sistema, se le ocurrió una brillante idea.
“Redoblo la
apuesta y la mato” pensó.
-
“Gordi, y si llevamos dos y cada uno tiene una
en su casa?” balbuceó mientras a ella le brillaban los ojos.
-
“¡Ay, sos un genio! ¡Te amo!”.
Fue como una
escena de una película cursi hollywoodense. Imagínensela desde arriba. La
cajera parada del otro lado del mostrador mirando al infinito. Él mirándola a
ella, varios centímetros más abajo, pronunciando esas palabras en ese sótano.
Fabuloso,
simplemente fabuloso.
-
“Llevamos dos por favor”, le dijo a la cajera
con un tono de seguridad que se comía el mundo.
-
“Muy bien, serían setecientos cuarenta y
cinco…por dos…” dijo buscando la calculadora para hacer la multiplicación.
Él, acérrimo
frente a los números, la había resuelto hace horas.
“No, no, no,
no me puede estar pasando esto” pensaba por lo bajo mientras la sonrisa que esbozaba se le
comenzaba a esfumar.
…“Además me
encanta el diseño” comentó ella, todavía drogada por la satisfacción de
consumir y sin tener la más mínima idea de lo que mil cuatrocientos noventa
pesos representan en el magro salario de un trabajador administrativo de media tabla.
Mientras
caminaban hasta la puerta él luchaba por mantener la sonrisa mientras su cuerpo,
su alma, sus valores y cada uno de sus ideales se le ponían de frente y le
sonreían en la cara. Por supuesto le abrió la puerta para que ella pasara, como
una caperucita brincando al salir mientras la
puerta se cerraba y en el fondo se veía la cajera todavía detrás del mostrador. Cerró los ojos por un instante, expiró suavemente como para calmarse y cruzó la calle.
El 142 venía
rápido, y lleno.