Cuando
todo es blanco. Y sin colores para pintar. Todo blanco y una eterna paz que
molesta, ahoga. Y las ganas de sacudirse como un perro secándose en el medio de
todo. Las gotas de mil colores distintos impregnando el lienzo entero.
Pero no están.
El viento hace que las hojas blancas pasen rápidamente. Un libro al viento.
Cada una más blanca que la anterior.
Desobediente
tranquilidad. Blanco. Ausencia de todo.
Un balde
con blanco a la merced de una tormenta que se avecina. Intentado esquivar las
coloridas gotas que caerán de las nubes llenas de vida. Intentando evadir lo
evidente. Los truenos le avisan.
Una sola
gota teñiría toda la blancura para la eternidad. La pureza que dejó de ser. La angustia
de enfrentarse a la realidad, a ser un mulato más.
La lenta
aceptación del mundo imperfecto. ¿Dónde quedó aquella blanca paz?
La gota
densa, roja, maciza y llena de pasión que se hundió en las blancas
profundidades para cambiarlo todo. Para cambiarlo todo.
La angustia
que lentamente va transformándose hacia la ligera convexidad. En la levedad del
día a día. Y andanzas vendrán, más gotas de distintos colores irán
transformando aquel blanco en una masa indescriptible. Una mezcla impresentable
e intentando lucir sus mejores colores, aquellos que ahora lo enorgullecen en
la superficie. Pero esa masa ya impresentable sabe, sabe con certeza, que por
el resto de sus días y más nostalgiará sus blancos. Aquel blanco.